Solemnidad del Corpus Christi
Comentario dominical
6 de junio de 2021
Ciclo B: Mc. 14, 12-16.22-26
Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.
Celebramos como Iglesia la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, habitualmente el calendario litúrgico la presentaba el jueves como memoria de la ‘Cena del Señor’. Sin embargo, en algunos países por circunstancias sociales se ha trasladado para el domingo. Las lecturas bíblicas propuestas para este día hacen una relación del sacrificio de Cristo y su actualización en la Eucaristía. Pero más allá de una reflexión dogmática, quisiera contextualizarlo desde una vivencia sacramental, con la expresión latina “Ite Missa Est”, de donde no sólo deriva el nombre de Misa sino nos recuerda el envío del Señor de dar testimonio de su amor a la humanidad.
La actual pandemia ha generado un debate en la recepción del sacramento de la Eucaristía o de la forma que comulgamos, sin ahondar en ‘las formas’ es necesario revisar las actitudes, pues cómo decía san Juan Crisóstomo: “levanten y extiendan las manos, no al cielo, sino a los pobres (…) si alzan las manos en oración sin compartir con los pobres, no vale nada”. Los Padres de la Iglesia comprendían que la presencia de Cristo además de estar sacramentalmente en el pan y el vino también estaba en el sacramento del hermano, y de ahí se deriva el tradicional concepto eucarístico de comunión.
Claramente, la comunidad primitiva asociaba la ‘fracción del pan’ a la ‘puesta en común’. Comprendían que sólo puede existir verdadera asamblea eucarística (que comparte el pan Cristo) cuando existe verdadera comunidad humana (que comparte el pan de cada día). Además, el concepto “alianza”, que es transversal en las lecturas de la liturgia dominical ha sido asimilado en el cristianismo en la experiencia de “común – unión”: El pan no es sólo para ser comido, sino también para ser compartido o como exponía san Ambrosio en uno de sus sermones: “El pan que se daña en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que cuelga, sin usar, en tu guardarropa pertenece a quien lo necesita; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo; el dinero que tú acumulas pertenece a los pobres”.
Entonces, tomar del cuerpo y beber de la sangre de Cristo (Mc. 22-26) nos debe motivar a prolongar el misterio eucarístico en el sacramento del hermano. El Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1397 nos enseña: “La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres. Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos”. En esta misma perspectiva el Papa emérito Benedicto XVI nos recordaba que la Eucaristía tiene siempre y de modo inseparable un vínculo vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas (Cfr. Sacramentum caritatis, 76).
El pasaje de la Última Cena según San Marcos nos expone este contexto de ‘comunitariedad’. Es entorno a la Eucaristía en que se construye y se fortalece la identidad misionera de la comunidad, en consecuencia, como afirmaba el teólogo Henri de Lubac: “La Iglesia hace la eucaristía; la eucaristía hace la Iglesia”. Por ende, en el pan y en el vino eucarísticos hay, por tanto, algo más que una presencia. Está la presencia de una vida como don, que obliga necesariamente a tomar parte en ella. Se trata de una presencia dinámica, que pide continuamente del creyente la donación y la pérdida de su propia vida a favor de los demás.
Finalmente, revisemos nuestra comunión con Dios y con los demás. Independiente de la recepción sacramental “en la mano, de rodillas o en la boca”. Soy solidario con mi prójimo; sé pedir disculpas o enmendar mis errores. Prescindo de mi orgullo para reconciliarme con el que tengo una discordia, evito las murmuraciones o palabras envenenadas de odio. El mismo san Alfonso María de Liguori lo oraba en las Visitas al Santísimo: “quiero dejarme guiar por tu Espíritu Santo para vivir la libertad que vence al pecado y amarte más y más en mis hermanos…”.