Comentario dominical – Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
18 de septiembre de 2023
Ciclo A: Mt 18, 21–35
Por: P. Alberto Franco Giraldo, C.Ss.R.
Las lecturas bíblicas de este domingo hablan de una de las exigencias fundamentales para los cristianos: el perdón. Exigencia que abarca todas las dimensiones del ser humano: personal, social, político, religioso, ambiental… Un elemento central en la primera lectura y en el evangelio es la tendencia humana a utilizar una doble medida: una para “nosotros” y otra para los “otros”; y con criterios muy desiguales, realidad que obedece a la llamada mentalidad binaria.
La mentalidad binaria: nosotros y los otros, los de dentro y los fuera, los buenos y los malos, mi raza y los otros, blanco o negro… está metida en la profundidad humana y es utilizada y manipulada por diversos grupos de poder para conservar y proteger sus intereses económicos y políticos. Con estas ideas de fondo: nosotros somos mejores que ellos, tenemos más derechos que ellos por ser nosotros, nosotros tenemos más razón que ellos, Dios nos prefiere a nosotros porque somos mejores cristianos que ellos, nosotros creemos ellos no…
Esta división entre nosotros (endogrupo) y ellos (exogrupo) fue fundamental en el proceso evolutivo de la especie humana: “Durante millones de años, nuestro instinto de supervivencia nos llevó a acercarnos y apoyar y amar nuestra tribu, y a evitar y luchar y odiar a las otras tribus”[1]. Esta realidad hizo parte del proceso de adaptación al medio, de los mecanismos de protección frente a los riesgos propios de la lucha por la supervivencia; y por esta razón “hasta la palabra ‘nosotros’ es inconscientemente positiva y palabra ‘ellos’ es inconscientemente negativa”, de acuerdo con investigaciones científicas que han demostrado las preferencias faciales por el endogrupo en niños muy pequeños, preferencias que “pueden formarse a una edad más temprana, mucho antes que el niño empiece a ir al colegio”[2].
El proceso de humanización ha ayudado a superar esta herencia y a comprender que somos parte de la familia humana, que nos necesitamos unos a otros, que las diferencias nos enriquecen. Pero, frecuentemente, la política, la religión y el poder han cultivado, exacerbado y aprovechado esta tendencia humana “primitiva” para su beneficio y en detrimento del crecimiento de la humanidad, a pesar que en su sentido original o en su teoría digan lo contrario. Detrás de muchas guerras, conflictos armados, destrucción de pueblos y culturas, empobrecimiento y muerte de millones de personas, explotación de unos seres humanos por otros, la esclavitud y la destrucción ambiental que pone en riesgo especie humana está esta mentalidad.
El Dios bíblico transforma la mentalidad binaria del “nosotros” o/contra “ellos” y propone como ideal: nosotros y ellos, es decir todos hermanos y hermanas. Esto aunque en muchos textos exista la esta mentalidad. Veamos dos ejemplos:
- Nosotros (el pueblo elegido) y ellos (extranjeros-forasteros). En general el judaísmo tenía una actitud muy negativa frente a los paganos y extranjeros, como lo vimos en la reflexión del domingo 20 del tiempo ordinario, hace un mes. Pero en el Antiguo Testamento, Dios manda al pueblo respetar y acoger los extranjeros y forasteros “porque ustedes fueron extranjero en Egipto” (Ex 22,21; Dt 10, 19; Lv 19,34). En el Nuevo Testamento, Jesús radicalizó esta exigencia y la elevó a criterio para la salvación: “fui forastero y me acogiste” (Mt 25, 35).
- Lo puro (lo nuestro) y lo impuro (lo de ellos). La religión judía había definido muy bien las fronteras entre lo puro y lo impuro que era fuente de contaminación y muerte, y había establecido un sistema legal de protección contra la impureza de alimentos, animales, aves, personas, enfermedades, lugares, utensilios, tiempos de la mujer… (Dt 14,1-21; Lv 15,1-12; 20,25). Pero Jesús declaró que toda la realidad era pura para Dios: “nada de lo que entre de fuera hace impuro al hombre” (Mc 7, 15). “Lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su corazón” (Mc 7,20-23). Y Pedro, que se negaba a comer animales impuros, recibió el siguiente mensaje: “Los que Dios declara puro, no lo tengas por impuro” (Hech 10,15).
Los mensajes principales de las lecturas bíblicas:
No pidas a Dios lo que no estás dispuesto a dar sus hermanos, esta afirmación resume la lectura del Eclesiástico, que invita al pecador a convertirse de los pecados odiosos de la ira y del enojo; a superar la venganza, las peleas y la violencia; a perdonar las ofensas que ha padecido; y lo hace con una pregunta para tocar su corazón, su interior: ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? ¿Si no tiene compasión de su semejante cómo pide perdón de sus pecados?
El mensaje del Eclesiástico es muy sencillo: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”. Esta manera de argumentar supera la mirada de nosotros y los otros e invita a valorar, en nosotros y en los otros, los mismos sentimientos con los mismos criterios. Además, recuerda que una persona cosecha lo que siembra: “el hombre violento enciende peleas; el pecador provoca a los amigos y siembra discordia entre los que viven en paz”, que es lo dice el dicho popular: “el que siembra vientos recoge tempestades”.
Con frecuencia los cristianos se escandalizan e indignan con la gente que no cree en sus palabras, que no los quiere, que piensan y son distintos, pero no se dan cuenta la forma como tratan y se dirigen a ellos. Esta actitud es propia de la mentalidad binariamente, que sólo ve dos caras de la realidad: nosotros y los otros, los buenos y los malos, los de dentro y los de fuera… Esta mentalidad olvida los mandatos de Jesús: “amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen” (Mt 5,44); “Traten a los demás como les gustaría que los demás los trataran a ustedes” (Lc 6,31).
El evangelio de san Mateo presenta una comparación que muestra, contundentemente, esta doble medida interiorizada en los seres humanos y que contrasta con la lógica del reino de Dios, lógica que deben asumir sus discípulos. La ocasión fue la pregunta de Pedro: “Señor, si mi hermano me ofende ¿cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete veces?”, Jesús le respondió: “hasta setenta veces siete”, es decir, siempre. Y a continuación presente una comparación:
Un rey fue a ajustar cuentas con un sirviente que le debía diez mil talentos. Un talento equivalía a seis mil denarios, y un denario era el sueldo básico de una jornada de trabajo. La deuda ascendía a sesenta millones de denarios. En salarios mínimos colombianos de hoy (1.160.000), la deuda sería de 69,6 billones (un billón es un millón de millones). Una suma impensable, inmanejable e impagable para una persona, y mucho menos un sirviente. Ante la imposibilidad de pagar, el rey toma la decisión “normal”: venderlo con su mujer y sus hijos, una manera de cobrar que mandaba un mensaje contundente a la sociedad: los amos y los señores se “respetan”. Ante esta decisión, “El sirviente se arrodilló ante él suplicándole: ¡Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré!”, una promesa imposible de cumplir por el monto astronómico de la deuda. Sin embargo el rey “Compadecido dejó ir al sirviente y le perdonó la deuda”.
Al salir de allí, este sirviente, encontró un compañero que le debía cien denarios, –en salarios mínimos colombianos uno ciento dieciséis millones, una suma muy modesta en comparación con la que le acababan de perdonar: sesenta millones de denarios, 69,6 billones– y empezó a exigirle que le pagara la deuda. Ante la carencia de ese dinero, “El compañero se arrodilló ante él suplicándole: ¡Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré! Pero él se negó y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda”. Luego cuenta que los compañeros se indignaron, le dijeron al rey que le aplicó la condena que había dictado al principio. Y al final, Jesús recuerda la lógica del Padre del cielo.
La comparación tiene fuertes contrastes: la desproporción abismal de las deudas (cien denarios frente a 60 millones de denarios); la misma súplica y la misma posición: de rodillas: ¡Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré! Pero reacciones contrarias; la imposibilidad del primer sirviente de cumplir la promesa de pagarle al rey, en contraste con la posibilidad real que su compañero le pague la deuda; la actitud generosa del señor que perdona una deuda impagable, frente a la negativa de dar un plazo a su compañero para pagarle la deuda. La lógica del primer sirviente, que es muy común en la humanidad, es desafiada por la lógica del reino de Dios representada en el rey que perdona una deuda impagable sólo porque se lo piden.
Las comparaciones y parábolas de Jesús son para cuestionar a quienes las escuchan, no son para predicarles a los demás, para que los otros se conviertan. Son una invitación a lleras, escucharlas y meditarlas en el interior, reconocer la instalación en su profundidad de la mentalidad binaria de la doble medida: nosotros y los otros, los cristianos y los no cristianos, los ateos y los creyentes, los de mi partido y los del otro partido, los míos y los otros… para superarla y utilizar una misma medida y unos mismos criterios de valoración para nosotros y los otros.
San Pablo les dice a los cristianos de Roma que la orientación de vida es la predicación y la persona de Jesús Cristo, que sus pensamientos deben estar marcados por los pensamientos de Él, a quien les pertenecen sus vidas. Todos han de estar viviendo y muriendo para Cristo. Porque Cristo murió y resucitó para ser el Señor de vivos y muertos.
Tener a Jesús Cristo como centro de vida ayuda a relativizar las posiciones y miradas personalistas y a superar la mirada binaria del “nosotros” y “ellos”; y la doble medida que doble moral: a favor nuestro y en contra de los otros. Así asumimos la lógica del reino de Dios como criterio para ver y valorar las personas, la naturaleza, a Dios y las exigencias de la salvación. Estos serían los primeros pasos: tratar a los demás como nos gustaría que los demás nos traten a nosotros y ver que la realidad es más compleja que lo que muestra la mentalidad binaria.
[1] BARGh, John, ¿Por qué hacemos lo que hacemos? El poder del inconsciente, Random Hause Edi., Bogotá 2028, 201.
[2] Ibídem., 102.