IV Domingo de Cuaresma
Comentario dominical
19 de marzo de 2023
Ciclo A: Juan 9,1.6-9.13-17.34-38
Por: P. Alberto Franco Giraldo , C.Ss.R.
El tiempo religioso que vivimos
Estamos en cuaresma, tiempo especial de preparación para la pascua. La pascua es el acontecimiento y la celebración principal de los cristiano, porque “si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra proclamación, es vana nuestra fe” (1Cor 15,14). En la pascua conmemoramos la resurrección de Jesús el Cristo, después de su condena a muerte por las autoridades religiosas del pueblo judío, que lo acusó de blasfemia, es decir, por ofender y ultrajar a Dios con sus palabras y sus actuaciones. Las autoridades religiosas, “ejercieron sus buenos oficios” ante las autoridades romanas para que lo ejecutaran y no mancharse la manos. Y ellas lo crucificaron, muerte reservada para los revolucionarios que subvertían el poder establecido, fue una condena política. La Pascua de Jesús, es decir, su paso de la muerte a la vida, aconteció en la celebración de la pascua judía, cuando el pueblo conmemoraba la liberación de la esclavitud y la opresión vivida en Egipto y su paso a la libertad y a la vida digna en la tierra prometida. Dios liberó al pueblo a por intermedio de Moisés. Por esta razón, los cristianos reconocemos a Jesús como el nuevo Moisés, que realiza la pascua – liberación definitiva, la entrada en la nueva tierra prometida: el reino de Dios.
La celebración de la pascua no es la memoria y celebración de un hecho del pasado, es una celebración del presente, celebramos la pascua cuando damos pasos que liberan de las esclavitudes, opresiones y muertes, y nos acercamos a la libertad, la dignidad y vida plena y abundante que Dios quiera para sus hijos e hijas.
En cuaresma se deben revisar todas las dimensiones de la vida y reconocer lo que es necesario cambiar y corregir, no solo en lo religioso. El primer paso del cambio o conversión es reconocer la existencia del pecado, es decir, del mal y la injusticia, que rompen con el reino de Dios anunciado por Jesús. El pecado tiene varias dimensiones[1]: la personal (que daño al ser humano), la social (daño a la sociedad), la estructural (las estructuras sociales que producen el pecado social y ambiental) y la ecológica (el daño al planeta). La conversión se hace realidad con la escucha atenta de la voz de Dios, quien habla por medio de las Escrituras y por los hechos históricos de la vida, y con la decisión y los primeros pasos en una nueva dirección de la vida.
La raíz de los problemas humanos y sociales
En la raíz de los problemas personales está la imagen negativa, la baja autoestima o poca valoración de sí mismos (más allá de lo que se aparente y diga), que lleva a pensar y sentir que valemos menos que los demás. Es una “sensación” o sentimiento negativo interno, ya sea por razones sociales, económicas, raciales, familiares, sexuales, de belleza, de clase social, de estándares morales, espirituales, académicos…. En general, este sentimiento es producido por la educación competitiva recibida en la familia, la escuela, la iglesia y la sociedad, y que “obliga” a ser los primeros y los mejores para ser personas valiosas, ser alguien en la vida y para ser importantes. El mensaje es que hay que estar por encima de los demás, pero hay aspectos en la vida en los que habrá personas mejores y más destacadas que nosotros, y que no llegaremos a ser los primeros y los mejores en todo, por más que nos esforcemos, por esto viviremos en estado de frustración e inferioridad.
La raíz de los problemas sociales ha sido colocar el dinero, la ganancia, el poder y la apariencia; las ideas políticas, religiosas, culturales, sociales…; las iglesias, los partidos políticos, las instituciones financieras, los gobiernos y las organizaciones sociales y de la sociedad civil por encima de la vida, de la dignidad humana y de la creación.
En general, el cristianismo ha “traicionado” a Jesús de Nazaret, relegando el anuncio del reino de Dios en la historia presente -reino poco predicado y menos vivido como instituciones-, y convirtiéndolo con la vida más allá de la muerte como premio por los sufrimientos ofrecidos a Dios en esta vida. Se ha anunciado un Jesús Cristo sin historia, sin carne y sin relaciones humanas que aleja a gente valiosa de las iglesias (y lo seguirá haciendo), porque se asumió la lógica neo-farisea, que pretende reconciliar a Jesús con el fariseísmo, sin caer en cuenta que es un imposible y una contradicción histórica y teológica. Podríamos decir que el dinero, el poder, el prestigio y el “buen nombre” han nublado la mirada cristiana para leer, honestamente, los Evangelios y el testimonio de las primeras comunidades cristianas.
Entre las causas de esta “traición” está la dificultad para VER, realmente, la realidad humana en sus dimensiones personales, familiares, sociales, culturales, económicas, de género, religiosas…; para VER la historia del cristianismo críticamente, desde la mirada de Jesús de Nazaret y no de los sumos sacerdotes, escribas y ancianos; para VER la sociedad de hoy con sus ideologías (las nuestras y de los demás), intereses, complejidades, avances, retrocesos y las causas de los problemas y crisis; para VER, en la evolución del ser humano y de la creación, la obra de Dios.
Lo que dice la palabra de Dios frente a estos problemas
En las lecturas bíblicas, el Dios Padre –Madre, no da respuestas fijas y definitivas, propone unos criterios para vivir la vida, que si se practican pueden superar o minimizar estos problemas y crisis.
Primer criterio: no fijarse en las apariencias, ver el corazón. El profeta Samuel, va a la casa de Jesé para ungir a uno de sus hijos como rey de Israel. Cuando vio al mayor, pensó que era el elegido, pero Dios le dijo: “No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”. Luego Jesé hizo pasar sus siete hijos y ninguno era el elegido. Entonces, Samuel preguntó: ¿Se acabaron los muchachos? Jesé respondió: “Queda el pequeño, está cuidando las ovejas”. Precisamente, el más pequeño fue elegido rey. En toda la historia bíblica, Dios ha elegido los pequeños, marginados y los débiles para realizar su obra, para mostrar el camino de la salvación-liberación. Lección de Dios muy olvidada y silenciada. Si como personas, como cristianos, como sociedad y como iglesia dejáramos de fijarnos, de pensar y buscar las apariencias, seríamos más libres, menos dependientes y tendríamos relaciones más sanas y más cristianas.
Segundo: encender luces para iluminar las oscuridades. Existen múltiples oscuridades en las iglesias y en la sociedad, en el corazón humano y el corazón financiero pasando por todos los espacios de la vida, en lo político, ambiental, cultural, en el género, la raza, la clase social… y en la historia de la humanidad. Por esto, son tan actuales y valiosas las palabras de san Pablo a los cristianos de Éfeso que se habían conocido Jesucristo y lo seguían: “en otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz”. Igualmente, el llamado a caminar como hijos de la luz y reproducir los frutos de la luz: “toda bondad, justicia y verdad”; y a “discernir lo que agrada el Señor”; a “no participar de las obras estériles de las tinieblas, por el contrario, denunciarlas y ponerlas al descubierto”. La llamada final sigue siendo inspiradora: “¡Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo!”. Despertar es superar la tentación cristiana de creer que se tienen toda la luz y la verdad, que porque celebramos la pascua, porque nombramos a Jesucristo, creemos en él y realizamos celebraciones rituales hermosas ya somos cristianos auténticos, olvidamos que ser luz, es simplemente iluminar y sin necesidad de hablar. La luz es, simplemente, para contemplarla y disfrutar del mundo que permite ver.
Tercero: abrir los ojos para ver la realidad real, no la que quisiéramos. El evangelio de Juan, cuenta que Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento; que los discípulos creían que su ceguera era causada por su pecado o el de su familia, Jesús desmintió esta creencia, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva, se la puso en los ojos, lo envió a lavarse en la piscina de Siloé, y al regresar estaba curado. Los vecinos discutían si era o no el ciego de nacimiento. El que había sido ciego afirmaba que era él; lo llevan a los fariseos y les contó cómo había recuperado la vista; ellos afirmaban que Jesús no podía venir de Dios porque no guarda el sábado: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Él les decía que de una cosa estaba seguro: que era ciego y ahora veía. Y le volvieron a preguntarle: ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Él contestó: Que es un profeta, y por esta afirmación lo expulsaron. Jesús los encontró en el templo y le preguntó: ¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es. Él dijo: Creo, Señor.
Para el ciego de nacimiento el encuentro con Jesús le cambió la vida, porque recuperó la vista, empezó a ver de nuevo y recuperó su valor y dignidad, empezó a ver la realidad libre de la ideología religiosa de los fariseos, por lo que se hizo insoportable para los intereses de las autoridades religiosas, y lo expulsan. Sectores importantes de la sociedad y del mundo religioso no quieren que sus fieles vean las cosas como son, para poder seguirlos manejando de acuerdo con su visión del mundo, su ideología y sus intereses político-económicos, maquillados con palabras santas y hermosas. Todo lo contrario a lo que Jesús hizo y le pide a sus seguidores.
En el camino, tengamos presente:
Que “el Señor es nuestro pastor”,como lo dice el Salmo 22 (23). Conoce a cada persona, la cuida y protege de los lobos, la trata por su nombre y con cariño, sufre con sus sufrimientos; quiere que sea “conducida hacia buenos pastos [que tenga comida suficiente], hacia fuentes tranquilas [que viva en paz], que repare sus fuerzas perdidas [su salud y cansancio] y que vaya por caminos justos [la injusticia en la Biblia es la causa de todos los males], que camine sin temor por cañadas oscuras [las oscuridades de la vida], con la certeza que el Dios de la vida la acompaña, todos los días de la vida”. Aunque no lo vean ni lo sientan.
[1] Para profundizar las dimensiones del pecado en documentos de la Iglesia, ver: Gaudium Spes 13; CELAM-Medellín 14,4-5; CELAM-Puebla 28, 186, 278, 281, 328, 330, 452, 482; CELAM-Santo Domingo 9, 242,245; CELAM-Aparecida 6, 8, 92, 95, 351, 532; Papa Francisco, Luadato Si, 2, 8, 66; Sínodo de la Amazonía 82.