XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario bíblico
11 de septiembre de 2022
Ciclo C: Lc. 15, 1-32
Por: P. Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.
Habrá alegría: la oveja perdida (Mt 18, 12-14; Mc 2, 15-17).1Los publicanos y los pecadores se acercaban para oírlo. 2Y los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». 3Entonces les propuso esta parábola:
4«¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la perdida hasta que la encuentra?… 7Pues bien, les digo que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse».
La moneda perdida. 8«O ¿qué mujer que tenga diez monedas, si pierde una, no enciende una luz y barre la casa y la busca cuidadosamente hasta encontrarla? 9Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas y les dice: “Alégrense conmigo, porque he encontrado la moneda que había perdido”. 10Les digo que así se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente».
El hijo perdido, el padre misericordioso y el hermano mayor. 11Y continuó: «Un hombre tenía dos hijos. I2Y el menor dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió la herencia. 13A los pocos días el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna llevando una mala vida. 14Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca y comenzó a padecer necesidad… 18Volveré a mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo: tenme como a uno de tus jornaleros’”…22Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen inmediatamente el traje mejor y pónganselo; pongan un anillo en su mano y sandalias en sus pies. 23Traigan el ternero cebado, mátenlo y celebremos un banquete, 24porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado”. Y se pusieron todos a festejarlo.
25»El hijo mayor estaba en el campo y,… no quiso entrar. Su padre salió y se puso a convencerlo… “¡Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo! 32En cambio, tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
N. B. En el texto se han transcrito solo algunos versículos. Puede leer el texto completo en su Biblia.
1-10. Los vv. 1-2 expresan la ocasión y finalidad de las tres parábolas: Cristo quiere legitimar su costumbre de tratar con los pecadores, frente a las murmuraciones de escribas y fariseos. Ellos -los pecadores,- son la oveja perdida, la moneda extraviada, el hijo pródigo. Las tres ponen de relieve la inmensa solicitud y misericordia de Dios con los pecadores[1].
Compartimos una breve reflexión de San Máximo, Confesor, un teólogo de la iglesia bizantina, que vivió en Constantinopla y Cartago como monje (nació en 580 y falleció en 662) después de haber sido alto funcionario del Emperador Heraclio:
15, 5: «Cuando encuentra a la oveja que se había apartado de las otras cien, errante por los montes y colinas, la devuelve al redil, no a golpes y con amenazas ni agotándola de fatiga, sino que lleno de compasión, la carga sobre sus hombros y la vuelve al grupo de las demás»[2].
Y añadimos un himno de Romano, llamado “melodioso” quien fue un gran compositor de himnos que nació en Beirut, Siria, hacia el 490 y vivió también en Constantinopla, donde falleció hacia 556. Sus versos y poesías, que se cantan todavía en los monasterios y comunidades orientales, sirven de comentario tanto de la moneda como de la oveja perdida y proclaman el esplendor de la Encarnación de Cristo que como lámpara ilumina nuestras tinieblas y hace posible la recuperación de lo extraviado:
«El Hijo eterno e inefable de Dios, que es nuestro Dios, vencido por su tierno amor, vino a este mundo en busca de su criatura extraviada y de manera sabia y divina se ocupa de buscarla. Se encarna en una madre que ha purificado y santificado y, llevando su carne como una lámpara encendida, el fuego y el aceite de la divinidad le sirven para iluminar el universo, porque una lámpara siempre está hecha de fuego y de arcilla. Cristo, vida y resurrección, formado por la divinidad y por la encarnación, es la luz de la lámpara»[3].
Y continuando con el texto nos encontramos con la perla de las parábolas de Jesús. El «evangelio del evangelio». En el hijo pródigo están representados publicanos y pecadores; en el hijo mayor los escribas y fariseos, que se consideraban justos porque cumplían todos los preceptos de la ley (v. 29) y no toleraban la actitud de Cristo, que acoge a los pecadores en el reino. En ella, aparecen tanto la profunda psicología del alma pecadora hundida en la humillación de un desastre, como la infinita bondad de Dios, que es siempre Padre[4].
Romano el “melodioso” le dedica un canto al hijo menor, el extraviado que retorna y entra de nuevo por la puerta grande:
«Ábreme pronto tus brazos paternales: me dediqué a derrochar, como un estúpido, todos mis bienes, contando con que la abundancia de tus misericordias es inagotable, oh, Salvador. Ahora que tengo el corazón arruinado, no lo rechaces. A ti, Señor, grito arrepentido: “He pecado, padre, contra el cielo y contra ti”»[5].
Y el mismo cantautor se fija en el padre misericordioso y en el hijo bueno que no está de acuerdo ni con su padre ni con su hermano con quien se siente incómodo:
«Cristo, para enseñarnos, nos da un ejemplo de su misericordia, de su compasión infinita que llega hasta enfrentarse con los justos. Se levanta para suplicarle, quien los ha engendrado a ambos, el Dios que ha creado y dirige el universo, el mismo que quiere salvar a todos los hombres. Es inefable y no hay palabras para calificar la misericordia para salvar, amigo de los hombres. Tú cuidas constantemente a los justos y llamas a los pecadores. Al justo lo has protegido pero al otro lo has salvado, Señor y dueño de los siglos»[6].
Las tres parábolas tienen en común las palabras “gozo” y “perder/encontrar”. En la tercera se repite dos veces la contraposición “muerto/vivo”.
Cualquiera que sean nuestra reflexión y el modo de explicarlas y convertirlas en enseñanza estaremos acordes en identificar la misericordia de Dios que nos reconcilia en la figura del pastor que busca la oveja perdida o la mujer que se empeña en buscar la moneda que ha perdido.
La tercera parábola nos presenta un curioso y pedagógico problema de identificación. A quién me parezco: al padre misericordioso, al hijo disoluto que es recuperado o al hijo mayor, siempre formal pero envidioso e intolerante.
El famoso Rembrandt Harmenszoon van Rijn, pintor holandés simplemente conocido como Rembrandt ha dejado también su comentario en el cuadro “El retorno del hijo pródigo”. Y como él otros pintores, músicos, maestros espirituales, comentaristas y dramaturgos de la vida real[7].
Nos pareces razonables el esfuerzo del pastor que busca la oveja perdida y el de la mujer de la moneda refundida, pero nos parece algo irrazonable la conducta del padre. En los círculos religiosos, muchos viven satisfechos de considerarse buenos y estar en el lugar justo. La figura del padre-madre, que es la figura de Dios, nos permite ver de un modo diverso las fallas humanas tan frecuentes en nosotros y en nuestras familias y alegrarnos por el regreso del hijo menor[8].
En una sociedad notablemente marcada por la cultura del descarte, bien vale la pena insistir en el valor de la recuperación, que en el lenguaje religioso es la conversión, salvación y redención. Es el Evangelio de la misericordia.
Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.
Seminario Mayor San Alfonso, Suba, 5 de septiembre de 2022,
Memoria de Santa Teresa de Calcuta.
[1] La Sagrada Biblia de América, nota en edición de estudio, (2016) Luis Roballo, etc., San Pablo, Bogotá.
[2] San Máximo Confesor, Cartas, 11.
[3] Romano Melodio, Himnos, Tomo IV, XLV, 3
[4] La Sagrada Biblia de América, l.c.
[5] Romano Melodio, Himnos, Tomo III, XIX
[6] Romano Melodio, Himnos, Tomo III, XXVIII, 15
[7] Rainer Dillmann – César A. Mora Paz, Comentario al Evangelio de Lucas, Evangelio y Cultura, 2, p. 371-379, Ed. Verbo Divino, Estella, 2006,
[8] Maximilian Zerwick, S.J. & Mary Grosvenor (2010). A Grammatical Analysis of the Greek New Testament. Gregorian & Biblical Press (GBP), Roma. Y BibleWorks 10, Software for Biblical Exegesis and Research, Norfolk, Virginia.