XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
30 de octubre de 2022
Ciclo C: Lc. 19, 1-10
Por: P. Víctor Chacón Huertas, C.Ss.R. (Redentoristas de España)
La primera lectura de la Palabra que resonará en nuestras iglesias este domingo es una joya, un auténtico regalo para el espíritu y para la razón humana, tan necesitada de coherencia como de humanidad. El libro de la Sabiduría nos presenta a Dios como Señor de la vida, Dios bueno y compasivo. Me permito reproducir algunas frases: “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. (…) a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida (…) corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor”.
El texto es sublime, y me parece de lo más brillante e inspirado de la Sagrada Escritura; al nivel de las parábolas de la misericordia del Nuevo Testamento. El Dios Todopoderoso de nuestro credo es el Dios que todo lo perdona, de todos se compadece, a todos ama y a nadie odia. Ése, y no otro, es el verdadero Dios. Este texto nos pone a todos los creyentes en nuestro lugar, pues éstas son las cualidades a encarnar, aquí está la hoja de ruta: compasión, comprensión, amor, excusa, perdón y entrega hasta el infinito. Corregir sí, pero “poco a poco”, con cariño, con ternura y delicadeza; jamás con soberbia ni altanería, jamás señalando ni juzgando al hermano y mucho menos con odio o rencor hacia él. Como dice nuestro buen Papa Francisco: “el primero en pedir perdón es el más valiente, el primero en perdonar el más fuerte y el primero en olvidar el más feliz”. Ojalá que esta dinámica del perdón anide en nuestros corazones, se asiente en nuestra vida como su inercia más común, pues será la que nos conduzca a una paz y felicidad verdaderas y duraderas.
El Evangelio profundiza y concreta esta actitud del Dios amante y compasivo. Zaqueo era pequeñito, de estatura física y moral, era un pecador de los grandes, de los reconocidos y señalados públicamente, de los odiados por todos, pues era jefe de los recaudadores de impuestos. Y a él, que trataba de superarse, de cambiar, de tener mejor perspectiva en la vida (quizás por eso se suba a un árbol), le dice Jesús: “Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. ¡Su sorpresa sería infinita! Este hombre llevaría años solo, rechazado y ninguneado por todos, ladeado por la sociedad de su época. Y Jesús no solo se fija en él sino que le ama, le dedica su tiempo, le pide compartir su comida y su techo con él. Este gesto tan simple como arriesgado, cambió la vida de Zaqueo: ¡Por fin alguien que no le juzgaba, que no le rechazaba, que no le colgaba la etiqueta de apestado! Jesús rompe la dinámica perversa de egoísmo y desconfianza, de juicio y de condena. Jesús nos anima a hacer actuaciones arriesgadas como la suya, a no rechazar a nadie, a no prejuzgar ni etiquetar, a dar la oportunidad a todos de ser y sentirse como lo que son: hijos amados de Dios, hermanos nuestros. El amor y la aceptación provocan la conversión de Zaqueo. ¿A qué esperamos para liberar a más Zaqueos?