XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario social
31 de octubre de 2021
Ciclo B: Mc. 12, 28b – 34
Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.
A medida que continuamos leyendo el Evangelio de Marcos, nuestro leccionario dominical del ciclo b omite un capítulo que ayuda a establecer el contexto para la lectura de hoy. Si leyéramos las secciones omitidas (capítulo 11 y parte del capítulo 12), escucharíamos sobre la entrada de Jesús en Jerusalén, su limpieza del templo y el cuestionamiento de la autoridad de Jesús por parte de los principales sacerdotes, escribas y ancianos. Por lo tanto, el contexto litúrgico de este Evangelio es la controversia de Jesús con las autoridades judías. Sin embargo, el escriba que se dirige a Jesús en el Evangelio de hoy parece ser un admirador; no está probando a Jesús.
Se dice que en la época de Jesús se podían contar hasta 613 mandamientos contenidos en la Ley: 365 eran prohibiciones (¡no hagas esto!) Y 248 eran prescriptivos (¡haz esto!). Por eso, el escriba en la historia del evangelio de hoy tuvo razones para preguntarle a Jesús: “¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?” Aparentemente, Jesús da aquí una respuesta similar a las dadas por otros maestros (pero compárese esto también con Jn. 13,34)[1].
Jesús no fue el único maestro religioso judío que conectó estos dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo[2]. Por ejemplo, hay una historia sobre Hillel, que vivió unos años antes de Jesús. Un ‘pagano’ fue a verlo y lo desafió: “Creeré en el valor de la Torá, si me puedes enseñar toda la ley mientras estoy sobre un pie”. Hillel respondió: “¡No le hagas a tu vecino lo que no te gustaría que te hicieran a ti mismo! Esta es toda la ley, y todo lo demás es solo un comentario”.
En cambio, Jesús toma dos oraciones y resume la Torá en términos positivos:
- “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” (Dt. 6, 5).
- “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19, 18)
Ambos mandamientos fueron elementos centrales de la tradición religiosa que Jesús aprendió de su comunidad judía. De hecho, estos mandamientos continúan siendo aspectos centrales de la comprensión religiosa judía contemporánea. La respuesta de Jesús a quienes le preguntaron propuso una conexión integral entre estos dos aspectos de la ley judía. El amor de Dios encuentra su expresión en nuestro amor al prójimo. Sin embargo, muchos creen que esta conexión se escuchó de una manera nueva y atractiva cuando Jesús la habló.
Podría decirse que amar a Dios y al prójimo son las dos caras de la misma moneda. Obedecemos el mandamiento del amor adorando a Dios, sobre todo, pero también haciendo cosas buenas por los demás. San Basilio Magno, en sus reglas monásticas, pensó que solo podíamos amar a nuestros semejantes, especialmente a los extraños y enemigos, porque amamos a Dios primero; y solo podemos expresar nuestro amor por Dios plenamente amando a nuestro prójimo, que es la imagen de Dios. De modo que el segundo mandamiento depende, sigue y plenifica al primero.[3]
Finalmente, el respeto, la estima y la bondad que derrochamos con los demás, esa es la medida del amor que le tenemos a Dios. Y esa dimensión generosa de nuestra existencia ha de ser incondicional, sin limitaciones ni fronteras, encontrando permanentemente en los demás el rostro amigable de Dios. Quien acoge, escucha y abraza a un ser humano; acoge, escucha y abraza es al mismo Dios. Esta es la centralidad de nuestra fe y nuestra identidad diferenciadora. Amamos a nuestros enemigos, respetamos y acogemos al diferente, procuremos el bienestar de nuestros hermanos, porque en todos ellos encontramos al Señor. Es Dios mismo con quien nos relacionamos y a quien anunciamos con nuestro testimonio.
[1] Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret. Bogotá: Editorial Planeta. 46.
[2] Rahner, Karl. Amar a Jesús, amar al hermano. Traducción de: Constantino Ruiz Garrido. Santander: Editorial Sal Terrae, 1983. 92
[3] San Basilio Magno, Regulae brevius tractae, 43.