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Por: P. Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.

Introducción

El matrimonio y la familia, como términos y como realidades humanas han tenido una transformación tan grande en el pensamiento, las expresiones culturales, políticas, jurídicas y artísticas del mundo en los últimos cien años, que podemos decir que la transformación de nuestro mundo corresponde a la transformación del matrimonio y de la familia. Nos situamos en el hecho puntual de la pandemia del Covid-19 que de manera universal y abrupta congeló buena parte de los quehaceres humanos y nos preguntó por nuestra casa y nuestra familia.  Las conversaciones de familia, las fotografías de los álbumes virtuales o reales, el diseño de la vivienda y de las ciudades, la planeación de los servicios públicos, la condición social, profesional y laboral de las personas, la prestación de salud, la educación, la seguridad y la movilidad humana se han visto afectadas al verse notablemente cambiado lo que en épocas pasadas se entendió como “hogar, dulce hogar”.

Sin embargo la realidad nuclear del matrimonio y de la familia persiste y está presente en los encuentros y desencuentros de las personas y son observados con mucha atención por los biólogos, los sicólogos, los analistas del comportamiento y planeación social, las instituciones políticas y jurídicas y por supuesto por los agentes de servicio religioso y pastoral.

En pocas palabras, en una época en que ha cambiado radicalmente la familia como institución, persisten la familia y el mismo matrimonio, dan sentido a las personas y permiten comprender las culturas y la misma historia humana.   

La historia religiosa de los pueblos y por supuesta la historia bíblica están en relación directa con la familia. Y la misma institución del matrimonio marca el avance, el retroceso y las turbulencias de las realidades humanas como colectividades y como personas individuales.

Con ánimo de aportar

  1. Dimensión antropológica

El ser humano es por sí mismo relacional y tiene implícitas las referencias a Dios, como creador de su vida y en quien encuentra el sentido de su existencia; en su misma naturaleza es portador de la complementariedad entre varón y mujer que, en las condiciones concretas, indican que la persona no es un ser aislado sino relacional, con la exigencia de ofrecer y recibir ayuda; esta complementariedad es un modelo para construir la familia, los pueblos, las naciones y el mismo género humano.

El ser humano tiene las condiciones para ejercer dominio y servirse de la creación en provecho propio, pero descubriendo y respetando la naturaleza de los diversos seres, como reflejo del Creador que los pone a su servicio para su mejoramiento y no para su perjuicio y con el encargo de garantizar su conservación.

El ser humano concreto y estadísticamente normal presenta las formas diferenciadas de varón y mujer. Gran parte de las observaciones de la humanidad desde siempre han subrayado esta complementariedad. Las modernas investigaciones desde distintos campos, saberes y proyecciones han enriquecido esa percepción y le han dado carácter científico más en sus expresiones y aplicaciones que en la misma realidad.

Nos permitimos subrayar estos aspectos:

  • Tanto el varón como la mujer tienen una igualdad básica y ninguno de sus componentes autoriza a establecer subordinaciones ni diferenciaciones ajenas a su condición humana.
  • La biología, la medicina, las ciencias del comportamiento y de la educación encuentran innumerables diferencias entre el varón y la mujer, dentro de una básica semejanza y una sorprendente reciprocidad y complementariedad. Esa misma observación se confirma en los reinos animal y vegetal, estableciendo una ley de la vida. La persona humana es hombre o mujer, somos sexuados y la sexualidad es una dimensión biológica indudable.
  • Los estudios sobre el cerebro y las diferencias sexuales entre el hombre y la mujer establecen las cuatro dimensiones básicas del ser humano: física, psicológica, espiritual y cultural. Y tales dimensiones están entrelazadas entre sí haciendo del hombre una unidad en la diversidad.
  • Las tendencias, las ideologías y la manipulación del género corresponden a situaciones históricas y a fenómenos de reacción. Aún en épocas y ambientes de desajustes sexistas surgen fenómenos y comportamientos orientados a restablecer el equilibrio natural entre los sexos.
  • Las configuraciones o comportamientos diferentes a la normal condición humana sexuada se deben asumir con especial atención de padres, educadores y organismos correspondientes, con respeto a tales personas, pero evitando establecer como normal lo que es diferente.
  • El encuentro y la interacción entre el varón y la mujer se realiza en una gama casi infinita de posibilidades que normalmente se resumen en la palabra amor. Tres vocablos griegos concretan modalidades de tal interacción. “Eros” que se puede traducir sin más por amor, se centra preferentemente en la atracción y relación psicofísica. “Filía” normalmente traducida como “amistad” comporta la creación de vínculos y campos de interés común en el ámbito social, familiar o profesional. Y “Agapé” que se traduce como “caridad” o “amor de benevolencia” es la virtud propuesta como distintivo del cristiano en que se ama a la otra persona por motivos que escapan a la dimensión psico-física y las motivaciones se basan en una experiencia que va más allá de lo natural y se concreta en el.
  • Dimensión bíblico-teológica del matrimonio

“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. Son las palabras con que el Código de Derecho Canónico define el matrimonio como sacramento. (CIC can. 1055, §1).

La anterior definición recoge de manera breve y completa tanto la naturaleza del matrimonio como los fines a que se orienta.

El Catecismo de la Iglesia Católica presenta  (n. 1602)  el matrimonio en el plan de Dios:  “La sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero” (Ap 19,9; cf. Ap 19, 7). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación “en el Señor” (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).”

En todo el texto de la Biblia está presente el matrimonio y la familia como ambiente en el que se mueven las personas, desde nuestros primeros esposos y padres hasta los desposorios de la novia del Apocalipsis. Familias patriarcales, familias de migrantes y reyes, familias campesinas y de repatriados, matrimonios felices y parejas con dificultades y graves errores. Tenemos la Sagrada familia de Nazareth con una historia muchas veces presentada con sueños y colores pero también llena de esfuerzos e incertidumbres. Todo el Antiguo Testamento es presentado como una sucesión de familias que culminan en el nacimiento de Jesucristo como cumplimiento de las esperanzas proclamadas por los profetas. (Mt 1, 1-17; Lc 3, 23-38). Y en el Nuevo Testamento quienes aceptan el Evangelio se presentan como una familia que escucha la Palabra de Dios y la ponen por obra (Lc 2, 18) y el modelo de quien acepta el reino de los cielos es un niño que vive y crece en la familia (Mt 18, 3-4). La creación del hombre y de la mujer como pareja es un acto especial de Dios que crea al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1, 27-31) y establece la unidad de los dos en una sola carne, con el compromiso de ayudarse mutuamente, dar continuidad a la creación en los hijos y hacer presente el dominio salvífico del Creador en la realidad de la creación. La pareja humana es la culminación de la obra creadora a la que le da sentido. La narración del Génesis recoge la valoración que hace el Creador: “vio Dios todo lo que había hecho y que le había resultado muy bien” (Gn 1, 31). El matrimonio como sacramento refleja el amor de Dios manifestado en la creación y se vuelve signo elocuente de la unión de Cristo con la Iglesia.

La Iglesia católica ha dedicado muchas de sus enseñanzas a la familia y está convencida que hay una estrecha relación entre la familia y la Iglesia como comunidad cristiana: “La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas. Por lo tanto, « en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia. la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana». (Papa Francisco, La Alegría del amor, 2016, n. 87).

El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia». (Papa Francisco, La Alegría del amor, n. 72).

Los ministros del sacramento del matrimonio son el varón y la mujer que se casan, quienes dan su consentimiento y expresan la mutua entrega de sus cuerpos como instrumentos de la acción divina que los hace una sola carne.

Toda la vida en común de los esposos, toda la red de relaciones que tejerán entre sí, con sus hijos y con el mundo, estará impregnada y fortalecida por la gracia del sacramento que brota de la Encarnación y de la Pascua, donde Dios expresó todo su amor por la humanidad y se unió íntimamente a ella.

El amor se vive y se cultiva en la vida que comparten todos los días los esposos entre sí y con sus hijos. Ese amor es propuesto por san Pablo en el llamado himno de la caridad (1, Cor 13, 4-7) es el programa que hay que intentar aplicar cada día en  la existencia concreta de cada familia con las exigencias de paciencia, servicio, sanación de la envidia, superación del egoísmo, actitud amable que supere la violencia y sea capaz de perdonar y alegrarse, disculpar, esperar, y soportar.

  • Dimensión pastoral del matrimonio

Ya hemos expresado que el matrimonio y la familia están en crisis. Esa afirmación no beneficia a quienes quieren constituir una familia con la bendición del sacramento del matrimonio o ya lo han hecho. La Iglesia católica ha trabajado constantemente en la atención ordinaria y extraordinaria de las parejas y familias, dándoles apoyo y colaborando en la solución de los problemas. Este trabajo se ha concretado y especializado a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965) y en los últimos decenios con tres sínodos o reuniones especiales dedicadas a la familia.

La Exhortación postsinodal de 2016 La Alegría del Amor (Amoris Laetitia) del Papa Francisco es especialmente útil a quienes atienden la pastoral familiar, y es un manual muy provechoso para las mismas familias.

De este documento y del Catecismo de la Iglesia Católica entresacamos algunos puntos útiles en la dimensión pastoral:

  1. El proyecto y la vida de familia como sacramento del matrimonio es una experiencia del Evangelio del Amor que a la luz de la parábola del sembrador (cfr Mt 13, 3-9) supone la cooperación de los esposos en la siembra pero que el crecimiento lo da Dios.
  2. La pastoral familiar no puede limitarse a una serie de recomendaciones y comentarios teóricos a los novios sino que debe proponer valores que ayuden a construir su vida familiar cristiana, incluso en ambientes secularizados y con condicionamientos en contraste con el Evangelio.
  3. Es muy conveniente tener el apoyo de la parroquia como también de agentes laicos, parejas de esposos,  médicos, abogados, psicopedagogos o personas con experiencia que puedan ayudar a quienes se preparan al matrimonio a descubrir la vocación familiar y a los esposos a madurar con sano realismo en la experiencia de pareja.  
  4. La misma celebración del matrimonio  es un momento muy importante de motivación religiosa y compromiso de los nuevos esposos y de sus familiares y amigos con ellos, conscientes de que el “sí” que se dan es el comienzo de un itinerario en que hay que superar circunstancias y obstáculos adversos sin que se comprometan los objetivos de la alianza matrimonial.
  5. La familia es llamada “Iglesia doméstica” en la que madura la experiencia eclesial de comunión entre los esposos y los hijos y se refleja el mismo misterio de la comunión de la Trinidad. El sacramento del matrimonio hace de los esposos ministros no sólo de la celebración matrimonial sino también de toda la vida de familia, integrando todas las etapas de la vida, desde la concepción y el nacimiento hasta las etapas de trabajo y superación de crisis, enfermedad y de la misma muerte.
  6. El ideal y proyecto presente en el matrimonio como sacramento es posible a la mujer y al varón que se han comprometido a ayudarse mutuamente y a apoyarse aún en medio de sus limitaciones y equivocaciones y cultivan una espiritualidad matrimonial que se nutre con la práctica de los sacramentos, la lectura de la Palabra de Dios que le dé ritmo y continuidad a la pareja y sea escuela de vida cristiana para los hijos y demás familiares.
  7. La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyugal de su “don más excelente”, el hijo. Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.
  8.  La familia constituida por el sacramento del matrimonio no está exenta de las crisis, las rupturas, los problemas y fracasos posibles a toda familia y la sociedad actual presenta muchas situaciones “irregulares” en claro contraste con el ideal y vocación sacramental. La Iglesia, en la que se incluyen los pastores pero también los familiares y las diversas instancias eclesiales y sociales son llamados a acompañar, discernir e integrar tales fragilidades. El Magisterio de los últimos años ha invitado de manera insistente a la lógica de la misericordia pastoral.

Conclusión

La experiencia de muchas familias de tiempos pasados y también de la actualidad dan testimonio que es posible vivir el Matrimonio como Sacramento del amor y de la familia. Y ese testimonio ha sido un aporte constructivo y muy positivo a la misma sociedad, con resultados de calidad y santidad de vida humana y cristiana. Es el testimonio de muchas familias y de muchas parejas que, en un mundo muy  diversificado y contradictorio en el campo de la familia, optan por el Sacramento del Matrimonio para su vida de personas y para su proyecto de familia.

Así lo expresa un documento del Papa Francisco, varias veces citado:  “Con íntimo gozo y profunda consolación, la Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en efecto, se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre.” (Papa Francisco, La Alegría del amor, n. 86).