XX Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario bíblico
14 de agosto de 2022
Ciclo C: Lc. 12, 49-53
Por: P. Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.
He venido a traer fuego a la tierra (Mt 10, 34-36; Mc 10, 38). 49«He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo ya que arda! 50Tengo que recibir un bautismo de dolores, y estoy angustiado hasta que se realice. 51¿Creen que he venido a traer la paz al mundo? Les digo que no, sino división. 52Pues en adelante estarán divididos cinco en una casa, tres contra dos y dos contra tres. 53Estará dividido el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».
Este fragmento evangélico, leído de manera poco atenta, puede sonar a subversivo y antisocial. No es un pasaje que incite a armar incendios ni a alegrarse con el fenómeno del recalentamiento global. Tampoco es un pasaje que promueva los conflictos dentro de la familia o aplauda ante los enfrentamientos entre los miembros de la familia.
En esta parte del Evangelio Lucas recoge las enseñanzas de Jesús mientras sube a Jerusalén (9, 51-19,44) Y de manera puntual las exigencias para ser discípulo, concentradas en dos palabras: confianza y vigilancia. En el versículo 48, anterior a nuestro pasaje encontramos una advertencia que orienta la conducta del discípulo y la lectura de nuestro texto: “Al que mucho se le da, mucho se le reclamará; y al que mucho se le confía, más se le pedirá”.
El fuego que aparece en este texto hace pensar más en el juicio de Dios que se manifiesta como fuego y zufre que cae sobre Sodoma y Gomorra (Gn 19, 24) y el fuego que Elías hace caer sobre los falsos profetas (2 Re 1, 10.12.14). Juan Bautista habla del “fuego que nunca se apaga” (Lc 3, 17) y los discípulos quieren que caiga fuego sobre los samaritanos que no los han hospedado (Lc 9, 54). En el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta en el fuego en la primera teofanía que presencia Moisés (Ex 3, 2-3) y aparece como una columna de fuego y nube para indicar el camino de la liberación de la esclvitud de Egipto (Ex 13, 21-22)[1].
El «fuego» del v. 49, interpretado a la luz del v. 50, expresa el amor divino, que lleva a Cristo a la cruz y se encenderá en las almas de los hombres. Referido a los vv. 51-53 anunciaría el estado de guerra espiritual y las disensiones que provocarán las diversas actitudes ante el mensaje de Jesús[2].
La llegada del Reino de Dios se presenta en Lucas con una urgencia que hace pensar en el final de los tiempos y en ese contexto la armonía y los tiempos normales en las familias y generaciones pasan a un segundo plano y pueden convertirse en un estorbo que hay que evitar.
Lucas hace explícita la experiencia de Jesús que presenta junto con el camino que va recorriendo hacia Jerusalén y del final por el que manifiesta angustia de que tarde. Todo se concentra en la palabra bautismo, que abarca toda la existencia de Jesús, desde que recibe el baño de purificación atestiguado por Juan y el Espíritu, hasta la Resurrección[3].
Jesús llama a sus sufrimientos por un nombre que los mitiga; es un bautismo, no un diluvio; Debo sumergirme en ellos, no ahogarme en ellos; y por un nombre que los santifica, porque el bautismo es un nombre que los santifica, el bautismo es un rito sagrado. Cristo en sus sufrimientos se dedicó a la honra de su Padre, y se consagró sacerdote para siempre[4].
Una palabra que recorre toda la Biblia es el término “-sacrificio-”. Este término nos permite comprender bien lo que Jesús está expresando de sí mismo y de su obra y las exigencias que hace a sus discípulos que se han mostrado entusiasmados de seguirlo como maestro. Sacrificio es una renuncia a un bien con vistas a otro más grande, más importante. Los padres se sacrifican en algunas de sus comodidades para poder pagar los estudios y dotación de sus hijos. El sacrificio aparece cono una negación inspirada por el amor, la ambición, el interés o la necesidad. Este sentido no aparece normalmente en la Biblia sino el sentido de “hacer-sagrado” , “sacri-ficio” y designando un don que una persona humana hace a Dios, para contraer o renovar una relación con él, obtener su protección o apaciguar su cólera.
Es muy frecuente en los ritos religiosos de los pueblos antiguos el ofrecer sacrificios de animales, solamente bovinos, ovinos y caprinos y de vegetales como cereales, aceite y vino. También en el pueblo del Antiguo Testamento. Pero los sacrificios humanos están estrictamente prohibidos y en el caso de Abraham a quien se le pide sacrificar a Isaac, el hijo es sustituido por un carnero (Gn 22, 12-13).
En los santuarios de Israel y después únicamente en el templo se ofrecen tres tipos de sacrificios:
El holocausto ( en griego ólos, todo y kaustos, consumido por el fuego) en que el animal es descuartizado y quemado en su totalidad, como expresión del oferente de dedicar toda la vida a Dios.
El sacrificio de comunión o de paz en que la víctima se comparte como comida y expresa las relaciones pacíficas con Dios, el invitado de honor a quien se ofrece la mejor parte y se quema en su honor, y el resto es consumido por el oferente y su familia. Este es el típico sacrificio de alianza.
Y el sacrificio por el pecado, en que el oferente no recibe nada y una parte es quemada en honor de Dios y otra es consumida por el sacerdote. En este sacrificio se derrama la sangre del animal sobre el altar como propiciación por el pecado[5].
Con mucha frecuencia los profetas denunciaron la hipocresía de quienes ofrecían sacrificios sin inguna voluntad de convertirse (Am 5, 21-24). Y Oseas declara: “Yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos” (Oseas, 6, 6).
Jesús no abolió los sacrificios pero nunca se le ve ofrecerlos. Le da prioridad a la religión del corazón y al mandamiento del amor a Dios y del prójimo (Lc 10, 25-28).
Juan Bautista presenta a Jesús como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1. 29). Y en la última cena cuando Jesús instituye la Eucaristía, los relatos de los Evangelios y de Pablo utilizan un lenguaje sacrificial, de la entrega total, propia del holocausto, sacrificio total y perfecto, en que Cristo es a la vez el oferente y la víctima. Esto es lo que expresa el bautismo de nuestro texto.
La espiritualidad del sacrificio es propuesta por Pablo y traza el perfil del discípulo perfecto: Hermanos, les ruego por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; este es el culto que deben ofrecer” (Rm 12, 1). La enseñanza del Evangelio de Lucas sobre el fuego que llega a la tierra para purificarla y se convierte en el bautismo que recibe Cristo, se hace guía y regla de vida también para su discípulo[6].
Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.
Seminario Mayor San Alfonso, Suba, 9 de agosto de 2022,
Memoria de Teresa Benedicta de la Cruz, en el mundo Edith Stein.
[1] Rainer Dillmann – César A. Mora Paz, Comentario al Evangelio de Lucas, Evangelio y Cultura, 2, Ed. Verbo Divino, Estella, 2006, p. 337 s.
[2] La Sagrada Biblia de América, nota en edición de estudio, (2016) Luis Roballo, etc., San Pablo, Bogotá.
[3] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La Figura y el Mensaje, Universidad Santo Tomás- Ediciones San Pablo, Bogotá, 2013, p. 124
[4] Matthew Henry, Commentary, Tomado de Bible Works 10, a Lucas 12, 50
[5] Jacques Bonnet y otros, 50 palabras de la Biblia, Sacrificio, Cuadernos bíblicos, 123, Verbo Divino, Estella, 2005, p. 48
[6] Maximilian Zerwick, S.J. & Mary Grosvenor (2010). A Grammatical Analysis of the Greek New Testament. Gregorian & Biblical Press (GBP), Roma. Y BibleWorks 10, Software for Biblical Exegesis and Research, Norfolk, Virginia.