Domingo de Resurrección
Comentario social
4 de abril de 2021
Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.
Ciclo B: Jn 20, 1-9
En los primeros tiempos, los cristianos pasaban la noche de la Vigilia de la Pascua entre cantos, lecturas y alabanzas en honor del Señor Jesús Muerto y Resucitado. En la madrugada salían hacia sus casas contentos y felices. Los no creyentes se admiraban de la alegría que mostraban en sus rostros. Era su fiesta principal. El hecho grande es que desde el principio, la Iglesia cristiana no ha cesado de proclamar como verdad fundamental que Jesucristo, su Señor, ha muerto pero ha resucitado. Es su razón de ser y de vivir.
Los Apóstoles, Pedro, Juan y los demás, sintieron, los primeros, el impacto de la Resurrección de Jesucristo. Aquellos hombres, hasta ahora miedosos y cobardes, cambiaron totalmente. Pedro, que por temor a la burla de una sirviente había negado a su maestro, ahora no tiene reparo en enfrentarse a los maestros de la ley, sacerdotes y dirigentes, para proclamar que Jesús, el nazareno, a quien ellos mandaron matar, es el Hijo de Dios; el mismo Dios, al resucitarlo de entre los muertos, lo ha propuesto como Señor de vida.
Aún más, los discípulos, antes interesados en seguir a Jesús para lograr puestos y poder junto a él, ahora no temen exponerse a ser condenados a muerte por vivir de acuerdo a su enseñanza y proponer a todos lo que Él les ha enseñado. De dispersarse y buscar cada uno su camino, luego del arresto y muerte de Jesús, ahora oran juntos, reflexionan juntos, predican y enfrentan juntos las muchas dificultades del camino de Jesús. Y reúnen a todos los que quieran bautizarse en su nombre “consagrándose al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Sin embargo, es verdad que con las vicisitudes políticas y sociales de la Iglesia y del mundo, los cristianos, poco a poco, se fueron identificando más con el Jesús torturado y crucificado, y dejaron en la sombra al resucitado. El Viernes Santo con el Vía-crucis y la procesión del santo sepulcro, pasó a ser lo más relevante de la Semana Mayor e, incluso, del año. La vigilia pascual se redujo a una ceremonia sin color en la mañana del sábado santo.
La gran afluencia de fieles a las celebraciones del crucificado, invocado como Señor de Sibundoy, en Pasto, templo de los Jesuitas, Señor de los Milagros en Buga, en Bogotá, en San Benito, en Lima y en muchos otros lugares, nos habla de la fascinación- apropiación de los que sufren por el Cristo torturado. ¿Cómo iluminar esos sentimientos muy humanos, pero no suficientemente cristianos con la luz, la fuerza, la vitalidad y la fraternidad que vienen del Resucitado?
El Concilio Vaticano II proclama que Jesucristo “constituido Señor por su resurrección… obra ya por su Espíritu en el corazón del ser humano, no sólo despertando el anhelo del mundo futuro, sino alentando y purificando y robusteciendo… los generosos propósitos con los que la humanidad quiere hacer más llevadera la vida de todos y someter la tierra a este fin” (G.Sp. 38). Ahora tras la reforma litúrgica, la celebración de la Pascua ha ido recobrando fuerza en nuestros templos. ¿También en la vida
Hemos de agradecer al P. Francis X. Durrwell, misionero redentorista, por llamar la atención del pueblo cristiano sobre la relación esencial de la Resurrección de Cristo y la salvación en su obra La resurrección de Jesús, misterio de salvación (1962.Herder. Barcelona. España).
Los cristianos necesitamos avivar la fe en Jesucristo muerto y resucitado, no sólo en los cantos y en el culto. Juan Pablo II decía que la vida de los cristianos es la mejor prueba de que Jesucristo vive y actúa en el mundo. Tarea de nosotros los que creemos en Cristo que vive es anunciarlo para llevar esperanza y fortaleza a los que sufren con más rigor la dureza de la vida. Nos corresponde a los cristianos testimoniar que la fe en Cristo resucitado nos fortalece y nos impulsa a ser “Iglesia en salida” en la ayuda y servicio a los que han padecido y padecen las consecuencias del covid-19.