XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
31 de octubre de 2021
Ciclo B: Deuteronomio 6,2-6; Salmo Sal 17; Hebreos 7,23-28; san Marcos 12,28b-34
Por: P. Jesús Alberto Franco G., C.Ss.R.
Una mirada a nuestra realidad
Uno de los principales problemas de la Iglesia católica es la separación entre la fe y la vida, “la incoherencia que se da entre la fe que dicen profesar y el compromiso real en la vida” (Santo Domingo 95). Por un lado, van nuestras relaciones con Dios y por otro, las relaciones con los seres humanos, olvidando que lo que hacemos o dejamos de hacer a las personas, especialmente a las más pequeñas lo hacemos a Jesucristo (Cf. Mt 25, 31-46). Con frecuencia decimos amar a Dios sobre todas las cosas, pero no respetamos a los seres humanos ni a la naturaleza, que son la obra de sus manos, desmintiendo con hechos y actuaciones personales, familiares, eclesiales y sociales lo que profesamos con los labios. Poco tenemos en cuenta lo que dice el Evangelio “No todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo” (Mt 7,21). Por esto la llamada de la Iglesia a combatir el pecado de la incoherencia “con los compromisos bautismal” (Aparecida 175).
La incoherencia personal la vivimos dramáticamente, hemos sufrido y llorado, y lo más doloroso, hecho sufrir a los demás, a quienes queremos, y no logramos superarla a pesar de nuestras promesas y oraciones. El primer paso y más importante es identificar el problema, nombrarlo e ir a las raíces, a las causas profundas, que ordinariamente están en nuestra historia, en nuestras herencias genéticas, emocionales, culturales o afectivas.
La misma incoherencia sufre la Iglesia, con personas buenas, fieles, sinceras y bien intencionadas, y terminamos haciendo lo contrario de lo que pide Jesucristo. El primer paso para superar este problema estructural es reconocerlo, asumir que somos infieles al proyecto de Jesús, que tenemos muchas devociones, prácticas cultuales y poca vivencia y acercamiento a Jesús de Nazaret, que hemos permitido que el poder, la apariencia y el clericalismo estén en el centro de la vida de la Iglesia. Por esta razón es tan importante el Sínodo que ha convocado el Papa Francisco.
A nivel social repetimos la misma historia, hacemos lo contrario a lo que decimos, y en esto participamos los cristianos. Nos llenamos la boca hablando de paz, de honradez, de justicia o de solidaridad y hacemos, en lo pequeño, lo que criticamos a nivel general. En la familia, en el trabajo, en el estudio, en la recreación o en la política, la economía, la cultura reproducimos la violencia, la corrupción, la injusticia, el egoísmo o la ambición, y luego nos quejamos del país. Mucha gente buena, sencilla, bien intencionada y creyente se deja manipular por los intereses de los grupos de poder y reproduce sus mensajes.
La Palabra de Dios ilumina la realidad
En la primera lectura del libro del Deuteronomio, Moisés llama al pueblo a ser fiel a la Alianza con Dios, a ser fiel a Dios que los sacó de la esclavitud en Egipto y les dio una tierra abundante y unos mandatos sabios para no reproducir el sometimiento, las humillaciones y opresiones que vivieron durante la esclavitud. En la medida que todas las generaciones conserven “estas palabras en la memoria y las inculquen a los hijos y hablen de ellas” en todo tiempo y lugar “alargaran la vida, les irá bien y crecerán mucho”.
Importante revisar la imagen de Dios que tenemos, para saber si somos fieles al Dios del Éxodo, el Dios de Jesús. Podemos ser muy files a un dios que no es el Dios cristiano anunciado por la Iglesia.
En la segunda lectura, la carta a los Hebreos, presenta a Jesucristo como sumo sacerdote radicalmente diferente a los sacerdotes del Antiguo Testamento, determinados por su realidad humana temporal, mientras Jesucristo siempre entrega su vida en esta historia, aquí y ahora, en el este mundo, para “salvar plenamente a quienes por su medio acuden a Dios”. En otros pasajes, la misma carta dice que es un Sumo Sacerdote que aprendió obedeciendo con lágrimas, sufriendo y por eso puede entender a quienes sufren. Su ofrenda no es externa o superficial es su propia vida que se entrega como camino de salvación. Fue nombrado salvador por Dios como su Hijo, que es camino la verdad y la vida, no por la ley. Recordemos que hace ocho días decía que podía “comprender a los ignorantes y extraviados”.
El pasaje del evangelio de Marcos que leímos (12,28-34) está en un punto clave del Evangelio. Ya Jesús entró en Jerusalén (11,1-11). Son sus últimos días de vida, la suerte está echada, las decisiones tomadas, solo falta ejecutar la sentencia. Jesús es consciente de esta realidad y da unos mensajes con sus acciones: expulsó los vendedores que habían convertido la casa de oración en negocio y cueva de bandidos (11,15-19); mostró la necesidad de producir de frutos con la maldición de la higuera (11,20-26); clarificó su actitud frente a la autoridad (11,27-33), la relación con el poder romano en la discusión sobre el tributo al Cesar (12,13-17); develó el uso de la violencia para acabar con opositores y el acaparamiento de tierra (12,1-13) y habló de la resurrección (12,18-27). Después del texto leído, afirmó su descendencia de David (12,35-37) e invitó a cuidarse de los doctores de la ley (12.38-40), presentó un criterio para valorar la acción humana con el pasaje de la ofrenda la viuda (12,41-44) y anunció la destrucción del templo (13,1-2). Luego vienen unas afirmaciones sobre los últimos días (13,3-37) y la pasión, muerte y resurrección (capítulos (14,15, 16).
¿Cuál es el mensaje que Jesús quiere dejar en este texto tan importante? El doctor de la ley le pregunta ¿cuál es el precepto o mandamiento más importante? Con la respuesta, Jesús supera la disyuntiva entre el amor a Dios y a los seres humanos, la separación entre el amor a Dios y el amor al prójimo, dándole el mismo valor al primer mandato de “amar a Dios sobre todas las cosas” y al segundo: “amar al prójimo como a ti mismo”. Y afirma: “No hay mandamiento mayor que estos”. El doctor de la ley reconoce que Jesús ha respondido muy bien, al afirmar que amar a Dios y al prójimo “vale más que todos sacrificios y holocaustos”.
El maestro o doctor de la ley es parte de un “grupo” humano con el que Jesús estuvo en conflicto toda su vida y fue responsable de su condena a muerte. Pero al ver su respuesta asertiva, sensata y lógica Jesús reconoce que “no está lejos del reino de Dios”. Jesús no los descalifica por ser del grupo contradictor, sino que lo valora como persona y por lo que es y hace, no por el grupo al que pertenece ni por lo que dicen. Es una lección muy importante para hoy, cuando valoramos las personas por el “grupo” al que pertenece, y determinamos si alguien es bueno o malo, según lo que pensemos de ese “grupo”. Hoy abundan los cristianos que absuelven y condenan a las personas por su pertenencia a un “grupo”. Si es de su “grupo” serán buenas, si es del “otro grupo” serán malas. Todo sin conocerlas. En la primera mitad del siglo pasado, los cristianos católicos descalificaban a los liberales y los condenados sin conocerlos. Hoy repite la historia con ateos, comunistas, homosexuales, feministas… afirmando que todos son malos sin conocerlos. Desde el otro lado se piensa que todos los cristianos somos injustos, abusadores… Jesús enseña a valorar a cada persona más allá del “grupo” al que pertenece. Pero hizo una opción muy clara por los marginados y discriminados por fariseas y dotores de la ley, las personas más religiosas de su tiempo.
Un mensaje para hoy
El Evangelio afirma que el amor a Dios, a los seres humanos y a la naturaleza es más importante que todas las prácticas religiosas. O de otra manera que las prácticas religiosas, si se hacen bien llevan a amar a Dios en su obra: los seres humanos y la naturaleza y cuidarlos con el cariño que Dios nos merece. Y que lo fundamental de un cristiano es seguir a Jesús y poner en practica su mensaje para entrar en el reino de Dios.
Oremos con frecuencia e insistencia con el Salmo que leímos hoy: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador”. Pensemos y repensemos cada una de las palabras.