image_pdfimage_print

XX Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

14 de agosto de 2022

Ciclo C: Lc. 12, 49-53

Por: P. José Humberto Toro Palacio, C.Ss.R.

El Evangelio de este domingo es, a primera vista, desconcertante. No son las expresiones que estamos acostumbrados a escuchar de Jesús. Son muchos los que han intentado explicar a qué se debe este tipo de lenguaje tan extraño y agresivo.

En la Biblia nada sobra y todo tiene un porqué. Estos pasajes que nos generan cierta inquietud, son muy útiles para comprender a Jesús. Son la otra cara de la moneda. El mismo lenguaje duro lo empleaban los profetas y sin embargo, era deseo de conversión lo que llevaban dentro. Es otra forma de amar. Y a veces, la única que se entiende cuando se anda muy extraviado. Son estas palabras las que nos sacuden cuando hemos caído en el pecado.

El evangelista Lucas en el momento de presentar a Jesús en el Templo, por boca del anciano Simeón, dijo a María que ese niño sería causa de “contradicción” para muchos (Lc 2, 34-35). Son palabras que se cumplen en cada cristiano que acepta a Jesús y decide vivir con los valores que él propone. Jesús fue incomprendido, calumniado, perseguido… por anunciar el Reino de Dios. Es imposible que los seguidores de Jesús corran una suerte distinta.

Jesús en este pasaje revela la misión que el Padre le encomendó. Traer el juicio sobre este mundo pecador. Y para lograrlo debe pasar por la cruz, por la pasión. Debe encender el fuego del juicio para arrancar toda la maldad que existe y esa tarea no es para nada fácil. Ese es el bautismo al que se refiere. Será una verdadera batalla donde Jesús encontrará corazones dispuestos a seguirlo y otros se alejarán de él.

El reino de Dios no se hace presente sin causar divisiones y enfrentamientos terribles incluso entre los miembros de una misma familia. Jesús es causa de división. No porque él lo quiera, sino porque las opciones que se toman; que están a favor de Dios o en su contra.

Si profundizamos un poco más, podemos descubrir en nosotros mismos que seguir a Jesús es en verdad causa de contradicción, porque, aunque queremos vivir santamente nos encontramos con nuestras pasiones que nos tiran hacia el fondo del abismo. Bien lo dijo San Pablo, quiero una cosa y hago otra (Rom 7, 19-25). A pesar de esta contradicción, la lucha por seguir a Jesús trae una paz inmensa al corazón de sus discípulos de todos los tiempos.

Dicen lo expertos en el tema bíblico que Jesús comparte la mentalidad apocalíptica de su época que estaba en pleno furor. Y por eso utiliza este lenguaje vigoroso y lleno de imágenes fuertes pero muy claras.

El fuego consume las cosas de una forma tan radical que es imposible volverlas al estado inicial. Es una forma de decir que Jesús espera una transformación tan completa del mundo y por eso manifiesta su deseo de que ya estuviera ardiendo.

Los profetas recurrieron muchas veces al fuego para expresar purificación y como manifestación de la venida de Dios. Jesús es el quien trae ese juicio sobre el mundo. Es el auténtico profeta de los últimos tiempos.

Corresponde a cada discípulo seguir llevando ese fuego al mundo. Llevar en su vida las huellas de Jesús que quiere hacer presente el Reino de su Padre en todo momento y a toda la humanidad. Es tarea de cada seguidor del Señor, luchar para que los valores del Reino se extiendan y dejen a su paso el mal derrotado y siembren la paz que Jesús vino a traer.

El fuego de Pentecostés nos recuerda ese Espíritu Santo que transformó la vida de los primeros discípulos en hombres valientes y capaces de ir por el mundo llevando un mensaje de amor, derribando a su paso las divisiones y construyendo un mundo lleno de Dios. La misión no es fácil pero Jesús nos dirá “¡animo! yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).