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Solemnidad Jesucristo, Rey del Universo

Comentario dominical

20 de noviembre de 2022

Ciclo C: Lc. 23,35-43

Por: Pbro. Leiner Castaño[1], C.Ss.R.

La Palabra en el Evangelio de Lucas nos ha presentado un largo recorrido que hace Jesús en el cual enseña, hace discípulos, trata temas económicos, insiste en el desprendimiento de las riquezas, exalta a los pobres y muestra que el final del joven Jesús es inminente.  El Maestro y el Profeta de Nazareth culmina su misión terrena, ¿cómo? Un análisis de los evangelios nos hace pensar en la conflictividad del final de Jesús, no solamente por la tortura y la muerte sino porque termina su misión abruptamente, con la sensación de un aparente fracaso, y lo peor de todo con la impresión de que el Padre le había abandonado en el momento crucial de su vida. ¿Qué otra cosa pensaría Jesús al verse rodeado de dolor, olor a muerte, espectáculo, ofensas, ante el evidente abandono de sus más queridos amigos, los discípulos?

Ese silencio del Padre es un misterio que nos hace pensar en la coherencia de Dios, quien pudo haber salvado a su Hijo con doce legiones de ángeles, pero ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras? El Padre solo le responderá a su Hijo después de la muerte y lo hará con la vida, la resurrección, la exaltación… y en el fondo es lo que celebramos en este día: la victoria de Jesús sobre los reinos de este mundo y sobre la muerte. El pueblo de Israel esperaba al Mesías, pero ¿cómo sería este personaje? Sería un nuevo rey al estilo de David, o un caudillo militar que liberara al pueblo del poder romano, o un nuevo sumo sacerdote que purificaría el templo; todas estas expectativas tienen una nota en común: el Mesías sería triunfante y poderoso.  No fue fácil entender la misión de Jesús. ¡Era impensable para los apóstoles el anuncio que Jesús hizo de su propia muerte! Por eso se entienden las burlas del pueblo, los curiosos, los enemigos acérrimos de Jesús, los soldados, incluso uno de los delincuentes que estaban a su lado.

Jesús es Rey, pero su reinado fue muy diferente a como lo esperaba su gente.  El poder persiguió a Jesús desde las tentaciones en el desierto hasta la cruz; en el desierto el diablo le había propuesto los reinos de este mundo y una vida de beneficio personal… por ahí van las burlas de sus adversarios: ¡que se salve a sí mismo!, ¡que haga un espectáculo!, ¡que deje la cruz y muera de viejo! Solo una vez Jesús se autoproclamó rey y lo hizo ante Pilatos: “¡tú lo dices, soy rey!” En los evangelios aparecen ciento veintidós alusiones al Reino, noventa veces en labios de Jesús. Pero su reino pretende dejar que Dios sea Dios en cada persona, comenzando por Él mismo. Su reino pretende promover, convocar, suscitar el poder en cada uno para que la persona actúe con responsabilidad y libertad. Nada que ver con los reinos terrenos. Su trono es la cruz; su corona, de espinas; su cetro: una caña; su traje: un manto raído.

Jesús denuncia que el pecado del ser humano es un pecado de poder mal administrado, mal asumido, pues la avaricia humana produce un orden económico injusto; la soberbia impide a las personas ver sus propios errores y pecados; la mentira, manipula o se deja manipular; la lujuria, usa el sexo para poseer, para utilizar a las personas; el miedo, no deja que las personas puedan asumir su compromiso en el mundo con los pies en la tierra. Ante el reino del miedo, la lujuria, la mentira, la soberbia y la avaricia, Jesús propone el Reino del Padre como una nueva creación en donde Dios Padre hace su obra en las personas inaugurando un mundo más justo, fraterno, humano, divino, generoso, lleno de santidad y de gracia[1].

Si queremos construir y vivir en el mundo que nos propone Dios Padre, esto supone no darle la espalda a la cruz, como los interlocutores de Jesús: Sálvate a ti mismo y a nosotros. En otras palabras, un cristianismo sin cruz.  Es lo que le pedía uno de los crucificados con Jesús[2]; el “milagrito” con  el que soñamos sobre todo los cristianos de ahora, que queremos ser “cristianos” pero sin tener que cargar con nuestras cruces: + la cruz de la castidad prematrimonial y de la fidelidad conyugal, por ejemplo; +la cruz de los hijos; +la cruz de la honradez; +la cruz de atender a los padres ancianos o enfermos, o las dos cosas…; + la cruz de un hijo discapacitado; +la cruz de un cónyuge incómodo; +la cruz de una enfermedad larga o dolorosa.

Nuestra actitud debe ser la del buen ladrón, pedir a Jesús su intercesión para que lleguemos a su reino, pedir su ayuda, su fuerza para construir su Reino, aquí y ahora, pues nos corresponde a nosotros permitir que ese reinado de Jesús sea una realidad, exaltándolo en nuestra vida y con nuestras actitudes.  Cada seguidor de Jesús es un testigo, un enviado, un misionero allí donde Dios mismo lo ha puesto. 

En la medida en que dejamos que Dios sea Dios en nuestra vida, en esa medida Jesucristo y el Padre serán glorificados.  A Jesucristo, Rey del Universo, al final de este año que la Iglesia culmina hoy, a Él la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos. Amén


[1] Cfr. El Prefacio de la Eucaristía de esta solemnidad.

[2] Tomado de: Actualidad Litúrgica de México. No. 199, noviembre y diciembre 2007, pág. 41.


[1] Este texto originalmente escrito para la página Web de los Misioneros Redentoristas en Colombia, será adaptado para radio, como reflexión para el programa “Notas Humanas y Divinas” de RCN y los Misioneros Redentoristas el 20 de noviembre de 2022.