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XXX Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario social

24 de octubre de 2021

Ciclo B: Mc. 10, 46 – 52

Por: P. Víctor Chacón Huertas, C.Ss.R. (Redentoristas de España)

¿Qué quieres que haga por ti? Ésa es la pregunta que dirige hoy Jesús al ciego Bartimeo. Y en la historia de su curación que Marcos nos narra quedan planteados tres desafíos:

  1. Saber a quién busco y dónde busco la verdad, dónde me nutro, dónde alimento mi alma ¿Voy a fuentes puras o me reclino ante el primer arroyo que pasa? El ciego Bartimeo lo “vio” claro: gritó y gritó sin cansarse hasta llamar la atención de Jesús.
  2. Saber lo que quiero, mejor aún, lo que realmente necesito, aquello que no me puedo dar yo mismo. Para esto es necesario primero sentirse y descubrirse precario, limitado, con carencias… abstenerse de este paso los engreídos. Bartimeo no lo dudó ni un segundo: ¡soy ciego! ¡Maestro, que vea!
  3. Creer y querer con todas mis fuerzas en aquel que me puede salvar. Pues es la fe, la apertura a Dios, la que obra el milagro y sacándonos de nuestras limitaciones, nos lleva a experimentar el reino, la salvación/salud definitiva.

Tenemos motivos para alegrarnos. Sé que a algunos les costará creerlo, pero eso nos dice hoy la Palabra a través de la profecía de Jeremías: “Griten de alegría por Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos: proclamen, alaben y digan: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”. Cada cual es muy libre de imaginarse esa salvación como quiera: un hombre vestido de azul con capa roja o una señora de Alemania que promete financiación sin condiciones… pero quede claro que, en cualquier caso, lo que no es razón es creer en un Dios bondadoso, providente, compasivo… y no descubrir las obras de salvación, de bondad, de alegría que derrocha en nuestra vida y en nuestra realidad (como Bartimeo). No seamos cristianos amargados. Siempre hay motivos para la esperanza, siempre la mano escondida de Dios que se las arregla para sacar vida de la muerte, luz de las tinieblas. Continúa diciendo Jeremías: “Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en el que no tropezarán. Seré un padre para Israel”.

Según la carta a los Hebreos, nuestra alegría nace de la grandeza de nuestro mediador, del Sumo Sacerdote que es Jesucristo. Cualquier sacerdote –sigue Hebreos- representa a los hombres en el culto a Dios, “él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades”. Esas debilidades son motivo de alegría, pues me llevan a comprender a mis hermanos. ¿Lo experimentamos realmente así o más bien vivimos instalados en la queja? “Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama”. Y Dios no llama a los mejores ni a los perfectos, Dios llama a quienes sean capaces de experimentar y transmitir su misericordia. Por eso llamó a Bartimeo, a alguien molesto, que gritaba y a quien nadie quería oír. Por eso te llama también a ti.

Ojalá podamos decir con el salmista: “Lo que sembramos con lágrimas, lo recogemos entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.