Comentario dominical – Domingo XIII del Tiempo Ordinario
02 de julio de 2023
Ciclo A: Mateo 10, 37 -42
Por: P. Pedro Pablo Zamora Andrade, C.Ss.R.
Introducción
El texto evangélico que nos propone la liturgia de la Iglesia católica para este domingo pertenece al denominado «discurso apostólico» (caps. 10-12), que tiene como trasfondo la formación de los discípulos, y su posterior envío para continuar con la edificación del Reino, anunciado e iniciado por el Profeta de Nazaret. El texto contiene varias sentencias en labios del Señor Jesús, a saber:
*El que ame a sus padres o familiares más que al Maestro, no es digno de él.
*El que no tome la cruz del seguimiento, no es digno de él. La cruz cristiana implica la entrega de la vida en el servicio del prójimo. «Perder la vida», traduce el texto.
*El que recibe a un servidor del Señor Jesús (apóstol, profeta, justo) o comparte un vaso con agua con un pobre, no quedará sin recompensa. Esta última sentencia tiene relación con la primera lectura (2 Re 4,8-11) donde una mujer sunamita acoge a Eliseo en su casa; el profeta, a cambio, le promete que tendrá un hijo. Su hospitalidad con el profeta es premiada con descendencia.
Comentario
Mi propósito para este domingo es hacer una breve reflexión sobre cada una de las sentencias que he mencionado en la introducción.
*El que ame a sus padres o familiares más que al Maestro, no es digno de él. No se trata de reversar o anular lo mandado en el cuarto mandamiento (Honrar a padre y madre). Se trata de organizar una escala de «amores» en donde el Maestro ocupe el primer lugar; luego vendrá el amor a los padres, a los familiares, a la esposa/o, a los hijos, etc.
Ahora bien, ¿cómo expresamos en la vida concreta ese amor a nuestro Señor y Maestro? Mucha gente piensa que a través de rezos, novenas, penitencias y cosas por el estilo. Pienso que una forma adecuada consiste en ponernos en el camino de su seguimiento y en la prosecución de su causa (el reino de Dios). Lo demás son cosas secundarias, aleatorias, que pueden ayudar o distraer de ese camino.
*El que no tome la cruz del seguimiento, no es digno de él. Predicar sobre la cruz no es un asunto fácil. Primero, porque mucha gente identifica la cruz con todo lo negativo que les sucede personalmente o con lo malo que sucede en el mundo. Allí incluyen, incluso, las cruces que otros han colocado sobre sus hombros (la violencia, la pobreza, la injusticia, la corrupción, etc.).
La cruz cristiana siempre tendrá que ver con el seguimiento del Señor Jesús y con la prosecución de su causa (el reino de Dios). Hay males que sobrevienen al bautizado y que no tienen nada que ver con lo anterior: un accidente, una enfermedad, un matrimonio fallido, un negocio quebrado, etc. No todo lo malo o negativo que nos sucede puede asociarse a la cruz del Señor Jesús.
En el texto que acabamos de leer, la cruz cristiana implica la entrega de la vida en el servicio del prójimo. «Perder la vida», dicen algunas traducciones. Es vivir la vida al estilo, a la manera del Maestro. Él afirmó que no vino a ser servido, sino a servir (Mc 10,45). Es más, nos dice que guardar la vida es perderla y que entregarla es equivalente a encontrarla (Mt 16,25). La vida es un regalo de Dios que no se tiene que guardar de manera egoísta. En el vivir para los demás, como nos enseñó el Señor Jesús, está el secreto para encontrarle sentido, para ser felices.
*El que recibe a un servidor del Señor Jesús (apóstol, profeta, justo) o comparte un vaso con agua con un pobre, no quedará sin recompensa. La última sentencia, decíamos al comienzo de esta breve reflexión, está relacionada con la primera lectura. Una mujer sunamita, que no tenía descendencia, acoge de manera generosa al profeta Eliseo. Éste, por sugerencia de su criado Guejazí, le anuncia que tendrá un hijo. Esa promesa se cumple al año siguiente.
En la cultura antigua y más en los relatos del Antiguo Testamento, la hospitalidad es un gesto de calidad humana y creyente. En muchos relatos se nos presenta este gesto como digno de encomio y de imitación. Es más, en el relato del juicio final del evangelio de san Mateo (25,35.43), una de las preguntas del examen divino tendrá que ver con nuestra capacidad de acogida al peregrino.
Lo otro puede parecer interesado, pero así aparece en los textos bíblicos. La hospitalidad o la generosidad es recompensada con una bendición de parte de Dios o de sus siervos. Pareciera que a los seres humanos nos cuesta dar desinteresadamente, dar sin esperanzas de recibir. Y Dios lo sabe. «Él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones», afirma el salmista (Sal 32,15). Por eso, cuando Pedro le pregunta al Maestro: «Y a nosotros que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?» (Mt 19,27), la pregunta es respondida en clave de generosidad divina: cien veces más en el tiempo presente, y la vida eterna en el futuro.
Algunos filósofos ilustrados criticaban al cristianismo desde esta dimensión del interés. Palabras más, palabras menos, decían lo siguiente: Ustedes hacen el bien porque esperan ser recompensados; si no tuvieran esa promesa, no lo harían.
San Pablo afirmaba en uno de sus discursos que había más alegría en dar que en recibir (Hch 20,35). Sólo quien da sin esperar recompensas sabe la satisfacción interior que ese gesto produce. Hasta el Señor Jesús le dio a un paisano que lo había invitado a comer este consejo: no invites a tus amigos ricos; ellos te invitarán y quedarás a mano. Invita a los pobres; ellos no te podrán corresponder. Te recompensará Dios en la eternidad (Lc 14,12-14). Al final, la recompensa está omnipresente.
Aplicación pastoral
Hay domingos en los cuales no hay un tema de fondo, sino varios. Este domingo es un ejemplo de eso. Ahora bien, podemos abordar varios subtemas y dedicarles un breve espacio de reflexión. También podemos escoger un asunto que nos parezca más pertinente para el grupo que tenemos en el templo y hacer una reflexión más profunda al respecto.
Teniendo en cuenta que el público que normalmente asiste a las eucaristías dominicales es variopinto, sugiero abordar los subtemas mencionados en la reflexión. Es probable que a cada persona el Espíritu Santo le tenga reservado un mensaje de acuerdo a la realidad que está viviendo en ese momento.
Conclusión
También podríamos incluir los subtemas mencionados anteriormente en un tema más amplio, haciendo la siguiente pregunta: ¿En qué consiste la vida cristiana? Podríamos responderla de la siguiente manera: la vida cristiana consiste en el seguimiento del Señor Jesús y en el proseguimiento de su causa. Ese seguimiento implica colocar al Maestro en el centro de nuestra vida y de nuestro corazón. Él tiene que ser el primer amor; los demás amores vendrán después de él. Seguir tras sus huellas implica proseguir su causa, su proyecto del Reino. Esa opción, que incluye la edificación de un mundo según el corazón de Dios (justo, fraterno, libre, incluyente) nos va a meter en problemas y dificultades. No podemos pretender construir un mundo distinto, mejor, sin oposición. Los que se creen «dueños» o se sienten «señores» de este mundo, se van a interponer. Esa es la cruz. Sin embargo, no estamos solos; el Señor resucitado camina a nuestro lado (Mt 28,20). Él nos alienta y nos ilumina. No temamos perder la vida en un solo gesto, o poco a poco, cada día. Hay causas que ameritan arriesgar la vida o, incluso, nos pueden pedir, en algún momento, inmolarnos por conseguirlas. El reino y su justicia (Mt 6,33) es una de ellas. Además, la fe nos asegura que la recuperaremos con mayor plenitud en la eternidad. Amén.