XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
24 de octubre de 2021
Ciclo B: Mc. 10, 46 – 52
Por: P. Edward Julián Chacón Díaz, C.Ss.R.
En este mes de octubre como Iglesia hacemos memoria y compromiso de una virtud y acción que nos identifica: la misión. El magisterio y la Tradición eclesial nos recuerda que desde el bautismo estamos llamados a ser misioneros. Pero la misión no es simplemente una acción proselitista, es el dar testimonio que Cristo es la Buena Noticia para la humanidad oprimida e incluso “autoesclavizada” de miedos y tristezas. La metodología misionera no es pasiva implica salida, por tal razón el Papa Francisco ha insistido en atender las heridas de la humanidad especialmente ser sensible a las periferias existenciales y geográficas de la sociedad actual.
Las lecturas de este domingo XXX del tiempo ordinario nos ilustra la dimensión liberadora del anuncio del evangelio. La primera lectura, del profeta Jeremías, habla del gozo que se apodera del pueblo de Dios cuando piensa en regresar del exilio. Los oráculos proféticos anuncian que Dios, movido por el amor paternal, intervendrá para reunir a todos los miembros de su pueblo que ahora están dispersos. En esa multitud que vuelve, están también presentes los enfermos y los débiles, en un signo de que el amor de Dios se dirige a todos, y especialmente a los más necesitados.
Todos podemos imaginar lo que sería ser alejados de los lugares y las personas que amamos. Hay tantos exiliados en el mundo actual que anhelan regresar a sus propias tierras y compartir con su gente. Nuestro corazón debe llegar a comprender las formas modernas de exilio en la realidad migratoria de la actualidad. Nuestras vidas espirituales son como el exilio la mayor parte del tiempo. Nos encontramos alejados de Dios, distantes de nuestros propios valores, separados de las personas que nos ayudan a caminar con gozo y alegría. Sin embargo, Dios constantemente nos asegura que siempre se nos invita a regresar a Él, sin importar la constancia con la que nos alejemos de Él, sin importar la frecuencia con la que seamos cautivos del pecado y la tentación.
En la segunda lectura tomada de la Carta a los hebreos, el sacerdocio de Cristo no es un sacerdocio aarónico, con una vocación humana o por línea hereditaria, sino un sacerdocio que nace de su misma realidad de Dios y hombre conjuntamente. Como el profeta, el sacerdote está en presencia de Dios y al servicio del pueblo. Como Cristo. Lo mismo sucede con la fe: ni es elegida por el creyente, ni es para propio y exclusivo beneficio, ni es ajena a la presencia de Dios en nuestra vida. La fe es una gracia que, como a Israel, nos salva, nos congrega y nos guía, y que, como a Bartimeo, nos devuelve la luz perdida y nos marca un camino.
San Marcos nos presenta la última escena de Jesús, antes de comenzar la subida a Jerusalén con sus discípulos (cfr. Mc.11,1). El grito de un ciego, detiene el paso de Jesús y su comitiva, sin embargo, se pone inmediatamente de pie, al escuchar que el Hijo de David que lo llama (v. 49); el ciego representa al hombre que está en la oscuridad y sufre postrado su desgracia. El ciego Bartimeo es sinónimo de nuestra situación humana colectiva que anhela constantemente la curación y la liberación de la debilidad, la enfermedad, la pobreza y el pecado. Nuestra ceguera puede no ser necesariamente la pérdida física de la visión. Sin embargo, podría ser cualquier cosa que nos limite y nos impida alcanzar o maximizar nuestro potencial en la vida.
Cuando Jesús restaura la vista de Bartimeo, no se requiere ninguna acción adicional. (En otras historias de sanación del Evangelio de Marcos, las acciones acompañan a las palabras de Jesús). En este caso, Jesús simplemente dice que la fe de Bartimeo lo ha salvado. A lo largo del Evangelio de Marcos, el éxito del poder sanador de Jesús a menudo se ha correlacionado con la fe de la persona que solicita la ayuda de Jesús. Por ejemplo, es por su fe que la mujer con hemorragia se cura. Cuando falta la fe, Jesús no puede curar; lo vemos después de su rechazo en Nazaret.
Como gratitud de su sanación Bartimeo decide seguir a Jesús. Hace dos domingos, en el relato de Jesús y el joven (Mc 10, 21-22) Jesús le dijo al rico: “Ven y sígueme”, pero se fue triste, porque era un hombre de gran riqueza. Pero en la historia del evangelio de hoy, Jesús dice, “Anda, tu fe te ha salvado”, pero este hombre lo sigue por el camino, porque estaba desprendido de sus apegos. Uno que estaba sentado en las aceras al comienzo de la historia, ahora está en el camino, siguiendo a Jesús. Quizás, Bartimeo era una persona conocida en la comunidad cristiana primitiva, ¡por eso se recuerda su nombre!
Esta es la conclusión de cualquier encuentro con Jesús: hay renuncia, hay discipulado y hay misión. Uno de los temas centrales del Evangelio de Marcos es el discipulado y el anuncio de la Buena Nueva. Además, este evangelio nos recuerda constantemente desde el capítulo 9 (Mc 9,33; 34; 10-32) que Jesús estaba en el camino, el camino a Jerusalén, donde va a sufrir, morir y resucitar. Cuando el evangelista hizo referencia a este camino, los discípulos también han estado discutiendo ‘¿quién es el mayor?’ Sin embargo, Bartimeo parece ser el discípulo ideal, ya que Marcos concluye su narración sobre el discipulado.