XIX Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
7 de agosto de 2022
Ciclo C: Lc. 12, 32-48
Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.
Comprendemos fácilmente la comparación de Jesucristo acerca de la vida de sus discípulos: Un dueño de casa, al salir de viaje, encomienda a sus empleados la administración de la hacienda, a cada uno asigna su tarea: él espera que, al volver, encuentre a cada uno en el desempeño de su trabajo. Es lo que Jesucristo espera de nosotros.
Se podría decir que Dios creador, de algún modo, se ausenta del mundo. No es un amo acosador laboral ni un padre intenso y sobreprotector que quiera interferirnos la vida. Nos da libertad. Pero no descuida el mundo. Nos lo confía a nuestra libertad responsable y a nuestro buen juicio. Tampoco nos descuida a nosotros. En realidad, su “hacienda” es hacer de este mundo un lugar amable para todos, no un valle de lágrimas. Este es su sueño, en el que él nos invita a colaborar.
“¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” respondió Caín cuando Dios le preguntó por Abel. La verdad es que sí, que cada uno de nosotros recibe de Dios la encomienda del hermano. Él quiere que nadie quede desamparado. Y así quiere encontrarnos cuando vuelva de su larga ausencia. “Mucho tiempo después volvió el jefe de aquellos empleados” (Mt 25. 19). Nos lo recordará en la entrevista final: “Tuve hambre…, tuve sed…, estuve necesitado… y me cuidaste…. O no me cuidaste… Porque todo lo que ustedes hicieron, o no, con el más pequeño de mis hermanos, a mí lo hicieron o no lo hicieron”.
La presencia de Dios, silenciosa, callada, sólo perceptible para quienes creen en El y en su imagen: el ser humano en necesidad. Y en la inspiración a cada de sus discípulos para que seamos instrumentos de su bondad. En casa, en el vecindario, en este trozo de geografía que llamamos patria.
Hoy día, 7 de agosto, comienzo de un nuevo gobierno en la nación, es “el Kairós”, la oportunidad para un buen propósito: sentirnos respaldados por Dios en ser responsables de la patria. Junto con todos los demás humanos de buena voluntad, estamos llamados a ser administradores del universo y, en especial, de nuestro país. Para ello, el Creador nos dotó de voluntad y de un cúmulo enorme de habilidades. No tenemos ninguna excusa para negarnos a colaborar.
La vida cristiana es camino de corresponsabilidad con Dios y con los demás a hacer de este mundo un lugar amable y justo para todos. Pero que tendrá su plenitud en el mismo Dios. Camino hacia el encuentro real y fecundo con Cristo Resucitado que dará el acabamiento final a todo.
Comparto con ustedes el comentario de un predicador: “El Evangelio de hoy suscita una gran pregunta: ¿Dónde tenemos puesto realmente el corazón, nuestro afán y nuestro anhelo? Lo que caracteriza el mundo hoy es su enorme oferta de bienes y bienestar material, capaz de deslumbrar y seducir cualquiera. Esta oferta, además está super- dimensionada por el bombardeo de una publicidad que no deja de acosar. El culto de la producción y del con sumo hipoteca el corazón humano y rompe el equilibrio interior de la persona y, también, el de misma sociedad”.
¿Qué hacer, frente ese desafío, para no dejarnos arrebatar la alegría ni la esperanza y responder a la llamada de Dios a ayudarle en construir su Reino?