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Comentario dominical

28 de marzo de 2021

Por: Mons. Noel Antonio Londoño Buitrago, C.Ss.R.

Ciclo B: Mc 14, 1-15.47

Con el Domingo de Ramos inicia la Semana Mayor de la liturgia cristiana, pues se conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. Para muchos habitantes de ciudad es el comienzo de unos días feriados en el campo. Para los campesinos es la oportunidad de ‘bajar al pueblo’ y de mostrar su cercanía con la creación, en especial, por medio de las palmas grandes y hermosas que traen de sus fincas.

Este año, ciclo B, la liturgia nos invita a la escucha de la Palabra de Dios según el evangelio de san Marcos, y eso le da un tono especial a esta celebración. Aunque nos presenta la Pasión del Señor en la santa Misa, en la procesión de Ramos nos muestra a Jesús rodeado de sus discípulos y de muchos entusiastas seguidores. Así se mezcla la realidad del sufrimiento con el entusiasmo de la gente sencilla, la tradición del Mesías sufriente con la del Mesías triunfador.

Demos una mirada orante a este pasaje de la entrada en Jerusalén según san Marcos (11,1-10). No dejemos de tener en perspectiva los versículos siguientes, porque si aquí Jesús realiza una primera acción simbólica y de corte profético: Tomarse la ciudad con la fiesta, luego vendrá la segunda acción simbólica: Tomarse el templo por la fuerza.

Podemos distinguir en el texto del ingreso a Jerusalén tres momentos: A) La iniciativa de Jesús que envía dos discípulos para que consigan el borrico. B) La iniciativa de los discípulos de poner sus mantos como apero y la de los acompañantes de poner mantos y ramas por el camino. C) Las exclamaciones mesiánicas de todos los acompañantes: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

El primer momento, la búsqueda del borrico, me hace recordar a Santa Laura Montoya, a quien un señor de apellido Flórez le había regalado una espléndida mula para sus viajes misioneros. Un día le llegó la razón de presentarse al palacio presidencial en Bogotá, porque el Dr. Eduardo Santos la iba a condecorar con la Cruz de Boyacá, el máximo galardón nacional. Era el año 1939 y Laura tenía 65 años. Al momento de colocarle la medalla, la Madre Laura no dudó en decir: “Esta condecoración debería ser para La Flórez”. Preguntada por el presidente: quién era la Flórez, Laura le dijo: “La mula que me ha llevado a tantas misiones.”

El segundo momento me hace admirar la relación que mantienen los campesinos con la naturaleza. Casi todos tienen cerca a la casa una palmera, de la que tomarán algunas ramas para venir a la procesión y que, después de ser bendecidas, traerán de nuevo a sus parcelas para adornar la Cruz de Mayo e, incluso, para quemar algunas hojas en días de tormenta. Por eso, me parece exagerada la obsesión protectora de algunas Corporaciones Regionales que persiguen el uso de las palmas y las ramas. Es cierto que el ideal es que la gente traiga una pequeña mata recién sembrada para que luego pueda lucir en su casa, pero podar un poco las palmeras nunca las ha acabado. El proteccionismo debería ser únicamente en zonas donde crecen palmeras en vía de extinción.  

Y en tercer lugar, los gritos festivos y el júbilo por la llegada del Mesías, que nos deben invitar a cada uno de nosotros a engrosar ese grupo entusiasta de discípulos. Cantemos jubilosos acompañando al Señor en su ingreso a la ciudad santa.

Este tercer momento me trae a la memoria una Semana Santa vivida en un pueblo del norte del Valle del Cauca, Ulloa. Fue hace muchos años, casi 50. La procesión de Ramos había sido esplendorosa, muy animada y participada. Mucha gente campesina, casi todos con largos ramos de palma de iraca. Yo –que era diácono– acompañaba al párroco en la ceremonia. Al llegar al atrio y proceder a la bendición de los Ramos, me dice el sacerdote: “Bendecimos y corremos a meternos al templo.” Mi pregunta lógica: “¿Que qué?” “Que corremos, porque la gente cree que queda más bendito si toca al Padre con el ramo.” Pues sí, señor. Terminar con “y del Espíritu Santo, Amén” y una lluvia inmisericorde de ramazos fue todo uno. Tuvimos que correr al templo, y seguir a la sacristía para limpiarnos la pelusa de las palmeras. Estábamos felices y sonrientes, en sintonía con un pueblo que celebraba ‘a su modo’ la fiesta de Ramos.

Jericó, marzo 2021