XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario dominical
23 de octubre de 2022
Ciclo C: Lc. 18, 9-14
Por: P. Jesús Alberto Franco G., C.Ss.R.
La lógica de la sociedad, del mundo
El poder, el dinero, la necesidad de reconocimiento, la apariencia social, el buen nombre, la buena vida… son aspiraciones profundamente humanas y están en nuestro inconsciente profundo. Honestamente, todos tenemos estas aspiraciones, unos más y otros menos. La diferencia está en el lugar que les damos en la vida y las relaciones que en conciencia tenemos con ellas, también en la capacidad para superar las afectaciones de su carencia.
Un serio problema es que estas aspiraciones las han convertido en un ideal de vida, y que para satisfacerlo se han sacrificado la dignidad, el respeto, la honestidad, la verdad, la justicia, la moral pública y la humanidad. Se ha creado un sistema de dominación económica y política, de doble moral y degradación social, de sometimiento y humillación humana, de destrucción y degradación de la naturaleza; un sistema que coloca el dinero y la ganancia por encima de la vida humana y del planeta. Y como esta satisfacción es una ilusión, día a día, aumentan la frustración, el desengaño, el fracaso, las injusticias, el cansancio, la desilusión y el colapso económico y ambiental que tiene al planeta al borde de la extinción.
Una lógica que se tomó el cristianismo
En la práctica (los discursos dicen otra cosa), el cristianismo mayoritario ha asumido esta lógica social. Las teologías de la prosperidad, teología del sistema económico y político mundial, han sido asumidas, directa o indirectamente, por predicaciones cristianas que sólo buscan que la gente se sienta bien, no sea tocada por los problemas sociales y ambientales, se conforme con lo que llaman la voluntad de dios, no se ocupen de los problemas fundamentales del mundo, se nieguen a discernir la viabilidad ética de estas aspiraciones, evadan el análisis de sus consecuencias personales, sociales y ambientales, y no disciernan la coherencia de estas aspiraciones con el mensaje de Jesús Cristo.
Este cristianismo autorreferencial (como lo llama el Papa Francisco) sólo se mira en su espejo, construido con sus propios materiales, sin la distancia necesaria para verse en el espejo de Jesús de Nazaret, encarnado en esta historia presente. Igualmente, deprecia las críticas internas y externas sin valorar si tiene o no razón; excluye a quienes no ven, reconocen ni alaban la imagen proyectado por su propio espejo, y lo mismo hacen con quienes no “comulgan” con su visión del mundo, del ser humano y la historia, y con quienes no son gente de bien: ateos, izquierdistas, homosexuales, feministas, modernistas, ambientalistas…
Este cristianismo ha caído en la tentación del fariseísmo. Los fariseos eran personas muy religiosas y practicantes, cumplidoras de lo establecido por las leyes religiosas, eran muy buena gente, y por este cumplimiento creían que eran mejores personas que las demás, que Dios les había dado más derechos que a los de otros pueblos y de otras creencias, y que tenían derecho a juzgarlos y condenarlos. Es un hecho histórico que los fariseos se opusieron a la predicación de Jesús Cristo y participaron de su condena a muerte. Al igual que ellos, muchos cristianos de hoy, piensan que por sus prácticas religiosas frecuentes y su pertenencia a una iglesia, son mejores que los “otros” que no sea ni piensan como ellos, que tienen derecho a juzgarlos y condenarlos, a imponerles su visión del mundo, a ser los únicos referentes de la fe… Si hoy volviera Jesús de Nazaret, hoy harían con Él, lo mismo que le hicieron los fariseos, los escribas y los sumos sacerdotes.
Lo que piensa y quiere el Dios bíblico, según las lecturas de hoy
Uno de los mayores escándalos del cristianismo mayoritario es que su vida y su práctica está muy lejos de lo que piden la Palabra de Dios y el reino de Dios anunciado por Jesús de Nazaret. Hagamos un repaso de las lecturas de hoy, que colocaré en negrilla expresiones para pensar despacio y unas breves anotaciones. Así usted sacará sus propias conclusiones.
El Eclesiástico dice que “EL Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento (el huérfano y la viuda eran las personas más pobres y desprotegidas de tu tiempo). Quien le sirve de buena gana, es bien aceptado (servirle a Dios era servirle a los demás), y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia (justo es la persona que hace lo que Dios quiere. Justicia es que el huérfano y la viuda tengan lo mínimos necesario para vivir). El Señor no tardará”. Contrario a esta palabra, muchos creyentes, tratamos a las personas según su prestigio, dinero y poder, y los discriminamos por motivos de raza, cultura, sexo, política, clases social….
En el evangelio de San Lucas, Jesús cuenta una parábola “por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano (quien cobraba impuestos para Roma, odiados por los judíos piadosos y considerado pecador público, sin derecho a la salvación). El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo (su seguridad religiosa estaba en el cumplimento de lo mandado). El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Les digo que este bajó a su casa absuelto y el otro no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. La verdad es que Jesús coloca “patas arriba” los criterios de los fariseos de ayer y de hoy, cuestiona el comportamiento de muchos cristianos en su vida personal, familiar, social, económica…
El apóstol San Pablo, le dice a Timoteo que es conscienteque va a ser asesinado, “que se acerca el momento de su partida, que ha terminado la carrera de su vida y ha mantenido la fe. Sólo le espera la corona de la justicia, que el Señor como justo juez le entregará… Que el Señor, lo asistió y le dio fuerzas, en las persecuciones, acusaciones y la cárcel, para proclamarlo de modo que todo el mundo lo oyera. El Señor me arrancó de la boca del león”.
Este contraste, muy somero, entre la realidad que vivimos los creyentes actuales con las lecturas bíblicas de este día, muestra la distancia entre lo que dice la Palabra de Dios y el reino de Dios anunciado por Jesús y la manera como vivimos los cristianos de hoy. La causa de esta distancia y este contraste está en las predicaciones, escritos, oraciones, novenas y mensajes que circulan por la por redes sociales, bonitos, bien intencionados, que hacen sentirnos bien, que mueven el corazón y llevan a prácticas religiosas desconectadas del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y han apoyado la construcción de este modelo social que desprecia la vida de millones de personas está acabando con el planeta. No olvidemos que la salvación cristiana depende de la honestidad de la relación de los creyentes con la vida de Jesús Cristo, nuestro Salvador, encarnado en la historia presente. Y que el fariseísmo ha estado y está siempre presente en la vida cristiana, por eso quienes han vivido su vida honestamente, siguiendo a Jesucristo, siempre han tenido conflicto con la institucionalidad cristiana, como lo tuvo Jesús de Nazaret con la gente religiosa de su tiempo. Vivir honestamente no es ser perfecto, es vivir sin hipocresía, sin aparentar una cosa y hacer otra. No olvidemos las palabras de Jesús: “Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lc 12,1).