V Domingo de Pascua
Comentario dominical
07 de mayo de 2023
Ciclo A: Juan 1, 1 – 1
Por: P. Pedro Pablo Zamora Andrade, C.Ss.R.
Introducción
Al final de la última cena, el Señor Jesús comenzó a despedirse de los suyos: ya no estará mucho tiempo con ellos. Los discípulos quedaron desconcertados y sobrecogidos. Aunque no les habla claramente, todos intuyen que pronto la muerte lo arrebatará de su lado. ¿Qué será de ellos sin él?
El Señor Jesús los vio abatidos. Era el momento de reafirmarlos en la fe, enseñándoles a creer en Dios de manera diferente: «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mi». Han de seguir confiando en Dios, pero en adelante han de creer también en él, pues es el mejor camino para creer en Dios.
El Señor Jesús les descubre luego un horizonte nuevo. Su muerte no ha de hacer naufragar su fe. En realidad, los deja para encaminarse hacia el misterio de Dios Padre. Pero no los olvidará. Seguirá pensando en ellos. Les preparará un lugar en la casa del Padre y un día volverá para llevarlos consigo.
A los discípulos se les hizo difícil creer algo tan grandioso. En su corazón se despertaron toda clase de dudas e interrogantes. ¿No es una ilusión engañosa? ¿Quién puede garantizar semejante destino? Tomás, con su sentido realista de siempre, le hace una pregunta: ¿Cómo podemos saber el camino que conduce al misterio de Dios?
La respuesta del Señor Jesús es un desafío inesperado: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». No se conoce en la historia de las religiones una afirmación tan audaz. El Señor Jesús se ofrece como el camino que podemos recorrer para entrar en el misterio de Dios Padre. Él nos puede descubrir el secreto último de la existencia humana. Él nos puede comunicar la vida plena que anhela el corazón humano.
Felipe intuyó que el Señor Jesús no estaba hablando de cualquier experiencia religiosa. No bastaba confesar a un Dios poderoso para sentir su bondad, demasiado grande y lejano para experimentar su misericordia. Lo que Jesús les quería infundir era diferente. Por eso dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
La respuesta del Maestro es inesperada y grandiosa: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre». ¿No nos dice la dogmática eclesial que el Padre es distinto del Hijo? ¿Una afirmación tal no nos puede llevar a la confusión? Depende de la forma como entendamos el texto. Algunos adagios populares nos pueden ayudar en esa comprensión. Por ejemplo: «El hijo de tigre sale pintado», «De tal palo, tal astilla». En otras palabras, el Hijo se parece al Padre en su forma de pensar y de actuar.
Hay hijos que se parecen a sus padres hasta en sus rasgos físicos (fenotipo); en otros casos, esta semejanza hay que buscarla en su manera de pensar, de comportarse. Los hijos no sólo son portadores del ADN de sus padres (genotipo), sino, también, de algunas de sus características externas o de tipo gnoseológico y comportamental.
Comentario
Los cristianos vivimos de estas palabras del Señor Jesús: «No se inquieten… Voy a prepararles un lugar en la casa de mi Padre», «Yo soy el camino, la verdad y la vida», «Quien me ve a mí está viendo al Padre». Sobre estas afirmaciones, hagamos una breve reflexión.
*«No se inquieten». Otros textos traducen: «No pierdan la calma» o «No se turbe o perturbe su corazón». Es decir, los discípulos no pueden dejarse molestar o intranquilizar por lo que el Señor Jesús les está anticipando. ¿Cómo superar ese duro trance? ¿Cómo asumir con madurez y tranquilidad la posibilidad de que el Maestro ya no esté más con ellos? A través de la fe. Creer, confiar, tener fe, son sinónimos. Así como creen en Dios, tienen que creer en el Señor Jesús. Así como creen en la palabra de Dios hecha libro, tienen que creerle a la palabra del Verbo encarnado.
*«Voy a prepararles un lugar». Nuestra permanencia en este mundo es temporal. Somos peregrinos que buscan la patria definitiva. El Señor Jesús nos precede en este caminar. Él se nos anticipó y, según su promesa, nos tiene preparado un lugar para ser felices plenamente y por siempre. Nunca perdamos de vista el punto de llegada de nuestro peregrinaje por este mundo.
*«Yo soy el camino, la verdad y la vida». Ser cristiano, antes que pertenecer a una institución, significa asumir una nueva forma de vida. Por eso, en algunas partes los llamaban «los del camino» (Hch 9,2). La carta a los Hebreos llama a la fe cristiana un «camino nuevo y vivo» para enfrentarse a la vida (10,20), el camino «inaugurado» por Jesús y que hay que recorrer «con los ojos fijos en él» (12,2). Este es el punto de arranque del cristianismo. Cristiano es un hombre o una mujer que en el Señor Jesús va descubriendo el camino más acertado para vivir, la verdad más segura para orientarse, el secreto más esperanzador de la vida.
Este camino es muy concreto: vivir a la manera o al estilo de Jesús. Su enseñanza y su forma de vivir la vida no son sólo referenciales, sino normativos. Podemos vivir nuestra vida a nuestra manera, según nuestras normas, gustos y caprichos; o aprendemos a vivirla desde Jesús. Hay que elegir.
Indiferencia hacia los que sufren o compasión bajo todas sus formas. Solo bienestar para mí y los míos o un mundo más humano para todos. Intolerancia y exclusión de quienes son diferentes o actitud abierta y acogedora hacia todos. Olvido de Dios o comunicación confiada en el Padre de todos. Fatalismo y resignación o esperanza última para la creación entera. Esa debe ser la elección.
*«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». El Hijo se comporta según el corazón del Padre. Por eso se acerca a los marginados por la sociedad (pobres) o por la religión (pecadores). El Hijo se parece al Padre en la forma de pensar y de actuar. Hay sincronía total.
Aplicación pastoral
-Los cristianos tenemos que aprender a «ver» al Señor Jesús de una manera nueva. Él sigue presente entre nosotros, pero como espíritu, como el Viviente que es (Ap 1,18). Tendremos que aprender a verlo con la nueva visión que nos brinda la fe en su Palabra, en los sacramentos, en la oración, en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados.
-No perder de vista hacia dónde nos dirigimos. Por más ocupados que estemos en nuestras ocupaciones diarias, nunca olvidemos que somos ciudadanos del cielo. Donde llegó nuestro Señor y Maestro, allá estamos invitados todos, sin excepción.
-Jesús, el Señor, es el camino para llegar al Padre. Por eso, el cristiano tiene que introyectar en su mente la enseñanza del Maestro y vivir según su particular estilo de vida. Ese camino no tiene pierde y ha sido confirmado por Dios Padre como válido al resucitar a su Hijo de entre los muertos.
-Finalmente, reconocer que el Señor Jesús es el que mejor transparenta al Padre Dios. Él lo conoce y actúa en consonancia con este conocimiento (Jn 8,28-29). Por eso, es el Hijo amado del Padre, el predilecto (Mc 1,10; Mt 17,5). Nosotros, por el bautismo, fuimos constituidos en hijos adoptivos de Dios. Vivamos bajo esa condición. Que en nuestras palabras y en nuestra forma de vivir la vida de cada día, reflejemos nuestra filiación. Que así sea.