I Domingo de Cuaresma
Comentario dominical
26 de febrero de 2023
Ciclo A: Mt 4, 1 – 11
Por: P. José Rafael Prada , C.Ss.R.
Las 3 lecturas del I Domingo de Cuaresma nos hablan de la tentación. Ésta es la instigación que induce un deseo de algo. Ese algo puede ser una circunstancia, una cosa o una persona. La tentación está asociada a la seducción y a la provocación. En la Biblia, la tentación es una incitación a pecar y a seguir a Satanás en vez de Dios.
La tentación pone a prueba el don de la libertad que Dios nos dió. Los animales no tienen tentaciones, porque no tienen libertad. Los ángeles tampoco, porque están consagrados en gracia. Nosotros los seres humanos, por el don maravilloso de nuestra libertad concedida por Dios, sí tenemos tentaciones y podemos seguir la Voluntad de Dios o apartarnos de ella y buscar el mal.
La tentación es ocasión de ejercitar nuestra libertad, buscando la voluntad de Dios y el bien del prójimo. Hé ahí la dignidad maravillosa del ser humano, único que puede decidir seguir o darle la espalda al Señor. Como Jesús era Dios y era Hombre, el diablo, en su ignorancia maliciosa, le pone tres tentaciones:
– La primera es en el desierto, y se refiere al hambre y a todas nuestras tendencias fisiológicas. Pero la respuesta de Jesús es contundente “No sólo de pan vive el hombre”. La Iglesia puede tener esta tentación cuando busca su propio interés egoísta y se olvida del proyecto del Reino de Dios. Nosotros también la podemos tener cuando pensamos que la felicidad última es poseer, acaparar bienes, y no crear vida, comunidad, y compartir amor.
– La segunda tentación es en el templo cuando el diablo le sugiere a Jesús buscar la seguridad y caminar sin tropiezos ni riesgos, siendo la vida un regalo de las manos de Dios para que nosotros nos atrevamos a embellecerla, multiplicarla, transformarla y compartirla. La respuesta de Jesús es clara: “No tentarás al Señor, tu Dios”. La Iglesia puede caer en esta tentación cuando pone a Dios al servicio de su propia gloria, de su poder, del deseo de quedar bien, de dominar, y no de servir humildemente. Nosotros también caemos en esa tentación cuando el poder, el éxito y el triunfo personales, van buscados por encima de cualquier precio, y no nos despojamos de nuestra soberbia para lavar los pies de nuestros hermanos.
– La tercera tentación es desde una alta montaña cuando el diablo le presenta todos los reinos del mundo y promete dárselos a un Jesús, no servidor sino dominador, si se postra y lo adora. La respuesta de Jesús es clarísima “¡Sólo al Señor, tu Dios, ¡adorarás!”. La Iglesia debe darse cuanta que debe ahuyentar toda tentación de poder, gloria y dominación, pues ella ha sido fundada por el Señor no para dominar por el poder, sino para servir por el amor. Nosotros también individualmente estamos expuestos a esta tentación cuando escogemos el camino fácil y egoísta de la corrupción, de la mentira, de la hipocrecía, de la falsedad, y no nos entregamos confiadamente a la lucha riesgosa y difícil de amarnos como hermanos respetando la dignidad humana de todas las personas.
Hoy, la aceptación de un mundo de abundancia extrema, placer a la mano, falsa autorrealización y no límites, es tentación contínua para la Iglesia y para cada uno de nosotros. Estamos perdidos en la abundancia de los bienes terrenales. Ante esta situación… ¿qué vamos a hacer?
Tal vez la solución primera es tomar conciencia de lo que nos está pasando y las consecuencias horribles que nos esperan a nivel de Iglesia y de personas individuales.
Además de la Palabra de Dios, las ciencias humanas nos ayudan, ¡quién lo creyera! Los estudios psicológicos nos han comprobado que nuestra libertad de decisión no dura más allá de 1 segundo a partir de la presentación del estímulo discriminativo que llamamos tentación. Si no utilizamos ese segundo, difícil será, casi imposible, que rectifiquemos el camino equivocado una vez lo hayamos elegido. Por eso es importante la vieja consigna de los antiguos ascetas de darle la espalda a la tentación inmediatamente ella se presente. “A lo que no se le presta atención, no se convierte en importante”.
Por eso, acostumbrémonosa ir a nuestro interior, donde está el Señor, y desde allí tomar siempre nuestras decisiones de vida. Eso significa vivir en su presencia. ¡Demos importancia a Dios que habita en nuestro interior, no a la tentación que quiere acaparar nuestros sentidos!
Seamos humildes y oremos al Señor para que “no nos deje caer en la tentación”. El humilde y el que ora, tiene asegurada la victoria.