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V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 1, 29 – 39)

 7 de febrero de 2021

Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.                                                                                                                    

José María Castillo, pastoralista, conocedor y estudioso de los evangelios, nos precisa que las tres preocupaciones de Jesucristo fueron:

  • Ser sensible a los dolores y sufrimientos de la gente; procuraba aliviarles dándoles la curación, como signo del Reino de Dios;                       
  • ayudar a que las personas tuvieran relaciones de hermandad unos con otros, como camino hacia Dios, el padre de todos;                                                       
  • saciar el hambre de los necesitados por medio de comidas comunitarias.   

En el pasaje del evangelio de hoy vemos a Jesús precisamente en el despliegue, humilde y sencillo, pero claro de su programa: Acude a la casa de Pedro, donde está enferma su suegra, la sana de su fiebre y recibe de ella su agradecido servicio en un alimento compartido. Así da ejemplo de relacionarse bien con los seres cercanos, familiares y vecinos. Completa su ejemplaridad en la relación con su Padre en la oración de madrugada, antes de seguir su labor de evangelización. Ocupa el resto del tiempo en estar con la gente, oyéndoles y atendiéndoles en sus dolores y sufrimientos, curando a muchos de ellos. 

San Juan, otro de los evangelistas, habla de las obras de atención de los enfermos como señales del Reino de Dios. Eran ciertamente manifestaciones de la misericordia del Padre Dios a través de su acción, pero más aún, eran expresión de que El, Jesús, en unión con el Padre, quería que las personas que encontraba y todos los seres humanos de todos los tiempos y lugares “tuvieran vida y la tuvieran en abundancia”.             

Es decir, Jesús vino a nosotros para acompañarnos a todos para que, con su ayuda, llegáramos a ser humanos con las condiciones propias de nuestra naturaleza de criaturas y de hijos de Dios.  Aquí recordamos lo que Pablo, el apóstol, dice al comienzo de la carta a los Efesios, cuando proclama que “Dios ha pensado en nosotros y nos ha escogido desde antes de la creación del mundo… para que seamos sus hijos de adopción en su Hijo Jesucristo…”(Ef. 1,3-10)                                                                                                                                       

Así el relato de hoy es el de “un Jesús que cura y sana, atento a los males y dolencias de la gente, que defiende la vida y restaura lo que está enfermo. Un hombre que humaniza, libera, devuelve la alegría y la vida del ser humano completo a todos”. Leonardo Boff dice que Jesús es aquel que llevó a la perfección como ninguno la condición humana.         

Como discípulos de Jesús en él tenemos el modelo a quien seguir. Como en su tiempo, en el nuestro, no faltan las dolencias y sufrimientos en la gente. Sólo falta que nosotros imitemos las actitudes de Jesús ante el dolor y la necesidad. No se trata ciertamente de quitar el trabajo y la dedicación de médicos y personal de la salud.            Una sociedad organizada tiene que ofrecer lo que concierne a la atención a los enfermos, cualesquiera sean sus dolencias y sus circunstancias de edad o de gravedad.                                               

Tampoco se nos exige que seamos exorcistas ni hacedores de “milagros”. Sin embargo, todos los que sufren, aun los que son atendidos por el personal de salud, necesitan cercanía, interés, afecto sincero, ayuda desinteresada, una mano tendida, un rostro amable y acogedor, una palabra oportuna.                                                                                                                 

Así no basta que pidamos a Dios, a Jesucristo, a María y a los santos que los desempleados tengan un trabajo remunerado, que los enfermos se sanen, que los que sufren tengan consuelo. Eso es fácil, no exige de nosotros el menor esfuerzo. Le dejamos el trabajo a Dios. Es más humano y cristiano que nosotros pidamos a Dios y generemos en nosotros mismos la capacidad de acogida y de acompañamiento de quienes sufren cerca de nosotros. El Papa Francisco en el Adviento del año pasado nos recomendaba, además de ser sobrios y dedicar momentos de oración en familia, la atención discreta y respetuosa a nuestros vecinos necesitados material o espiritualmente.                                                                  

Aún en la pandemia, que aún persistirá entre nosotros por un tiempo indeterminado, las ocasiones no nos faltarán para ser instrumentos de la misericordia de Dios. Incluso con los medios informáticos, el celular, el P.C. etc. Es el mandato nuevo de Jesucristo: “Ámense unos a otros como yo los he amado a ustedes”.