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Domingo de Pentecostés

Comentario dominical

28 de mayo de 2023

Ciclo A: Juan 20, 19 – 23

Por: P. José Rafael Prada Ramírez, C.Ss.R.

Hoy es el día del nacimiento de la Iglesia, hoy es el día de los apostolados con sus planes y proyectos, de los carismas, de los testimonios. El Espíritu Santo sella definitivamente la obra de Jesucristo para toda la eternidad.

Tres son los aspectos fundamentales de esta festividad:

1. Jesucristo en el Evangelio de San Jn 20,19 se hace presente en la comunidad mostrando las manos y el costado como prueba de que es Él, el que padeció y murió por nosotros

2. En Hechos 2, 11 es el Espíritu Santo quien con sus lenguas de fuego llena y fortalece a cada uno de los Apóstoles para que, con su testimonio y predicación, continúen la obra del Señor. En el mismo Evangelio de Juan, Cristo envía a sus discícuplos a continuar la Misión que Él inició. Son ellos, y sus seguidores, nosotros, los que la continuaremos su obra hasta los confines de la tierra.

3. Así como Jesucristo al morir entregó su Espíritu, de la misma manera ahora en San Juan y en los Hechos, entrega su Espíritu: Él se va, pero deja su Espíritu en la Iglesia.

De esta manera la Iglesia continúa la acción salvífica de Dios, a través de la “memoria” de Jesucristo, la “presencia” del Espíritu Santo y el “ministerio” de los Apóstoles y sus sucesores.

Gracias a Dios la Iglesia, a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II y sus reformas inspiradas por el Espíritu, ha recuperado con entusiasmo la acción ordinaria y extraordinaria del Espíritu Santo. Antes de este acontecimiento, algún teólogo llamó al Espíritu Santo “el gran olvidado”. ¡Pero ya no lo es! Lo comprueban las predicaciones actuales, los documentos de la Iglesia y el entusiasmo de tantos y tantos grupos laicales que son animados por la fuerza del Espíritu. Este Espíritu nos libera del miedo y del fracaso y nos abre al entusiasmo y ardor de la misión universal.

Nuestra actitud primera es abrirnos a la presencia del Espíritu desde lo más profundo de nuestro corazón, de nuestra conciencia. El mismo Concilio Vaticano II en su hermosa Constitución “Gozo y Esperanza “ número 16, nos dice que en el fondo del corazón humano “la conciencia es como un núcleo recóndito, como un sagrario dentro del hombre, donde tiene sus citas a solas con Dios, cuya voz resuena en su interior”. Este tomar conciencia interna y este resonar en el interior nos ayuda en el amor a Dios y al prójimo, en el decidir el camino del bien y en la búsqueda de la verdad. Es allí donde habita el Espíritu Santo que nos da fuerzas y alegría para luego ir a predicar el Evangelio a toda creatura en cualquier parte del mundo, no importan las dificultades y problemas.

Esa fuerza y claridad del Espíritu Santo se hacen presentes especialmente en nuestra historia latinoamericana como palabra generadora de vida nueva, a pesar del sufrimiento y las injusticias que nos rodean, pero gracias a la palabra y ejemplo de los seguidores de Jesucristo iluminados por el Espíritu. Cuanto más difícil, árdua y peligrosa sea la situación, más presente y activo está el Espíritu Santo, porque es “devorador” de injusticias y pecados e “iluminador” de situaciones oscuras y peligrosas.

Por eso en las actuales circunstancias de la Iglesia Católica con sus dificultades, y de nuestra querida pero contradictora Colombia, no podemos dudar ni acobardarnos. Todo lo contrario. Tarde o temprano, si somos fieles al Señor y a su Espíritu, renacerá un nuevo Pentecostés es nuestra Iglesia y en nuestra Patria.

Es preciso seguir unidos en la oración y la alabanza a Dios y en la búsqueda humilde de una “misión/testimonio” que parta del ejemplo de nuestra vida y se exprese luego en la claridad y arrojo de nuestras palabras y propuestas. El Señor está con nosotros. Su Espíritu nos da fuerza y su alegría.

El fracaso nunca ha estado ni estará en los planes de Dios. Más aún, para Él, que es amor, ¡el fracaso no existe!