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Comentario dominical – Domingo XIX del Tiempo Ordinario

13 de agosto de 2023

Ciclo A: Mateo 14, 22 – 31

Por: Luis Alberto Roballo Lozano, C.Ss.R.

TEXTO

Jesús camina sobre las aguas (Mc 6, 45-52; Jn 6, 16-21). 22Después obligó a los discípulos a que se embarcaran y se le adelantaran rumbo a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23Y una vez que la despidió, subió al monte, a solas, para orar; al caer la tarde, estaba solo allí. 24Mientras, la barca se hallaba ya en medio del lago, batida por las olas, porque el viento era contrario. 25Hacia las tres de la madrugada se dirigió a ellos andando sobre el lago. 26Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían: «¡Es un fantasma!», y se pusieron a gritar llenos de miedo. 27Jesús les dijo: «Tranquilícense. Soy yo, no tengan miedo».

28Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas». 29Él dijo: «Ven». Pedro saltó de la barca y fue hacia Jesús andando sobre las aguas. 30Pero, al ver la fuerza del viento, se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: «¡Sálvame, Señor!». 31Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?». 32Cuando subieron a la barca, el viento se calmó. 33Y los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente tú eres el hijo de Dios».

COMENTARIO

Este pasaje es parte de una sección narrativa que sigue al discurso de las parábolas. En toda la sección hay un cierto ambiente de desamparo, ante el que Jesús da siempre una respuesta de ánimo. Tanto la multitud como Pedro reciben una respuesta. La multitud sigue a Jesús con entusiasmo y siente que es tarde y no han comido. Reciben de Jesús una respuesta en la multiplicación de los panes y los peces hasta saciarse (cfr 14, 13-21).  

La escena cambia de lugar. Jesús despide la multitud y sube al monte a orar. Con frecuencia, Cristo se retira a orar a solas. Lucas es el que pone más de relieve esa actitud de Jesucristo. Mientras que Mc 6, 51s refiere el hecho histórico, Mateo ha introducido una confesión cristiana, fruto de la relectura del episodio a la luz de la pascua. En esta parte central de Mateo (cc. 14-18), que podía titularse «Hacia la fundación de la Iglesia», aparece tres veces destacada la figura de Pedro y se la vincula a la “ekklesía”[1]. Los apóstoles hacen una travesía nocturna en la barca.  Hacia la madrugada la narración se centra en Jesús y Pedro y en tres momentos nos ilustra sobre la suerte de la Iglesia, no anclada sólidamente sobre la roca sino navegando en las aguas inestables de los acontecimientos humanos.

Un primer cuadro es el del personaje que camina sobre las aguas,  cuando el viento es contrario. La imagen que perciben no es clara y los apóstoles, por la hora  y por el movimiento inestable de la barca, se asustan y empiezan a gritar que se trata de un fantasma. Jesús se identifica y les pide que se tranquilicen. Jesús ha estado en oración y con la fuerza divina sale al encuentro de los suyos. Pero ellos aún no tienen la capacidad para reconocer al Señor y necesitan la voz de ánimo del maestro. En la barca inestable, figura de la Iglesia que surca las olas, aprenden que en la presencia definida de Jesús y en su palabra se encuentra la fuerza para no asustarse y seguir navegando en las inseguridades de su travesía, seguros de que Él los acompaña.

Un segundo cuadro se centra en Pedro y en Jesús que con rápidos movimientos y palabras muy breves y precisas describen el drama de Pedro que comienza a caminar sobre el agua y luego siente que se hunde y grita «¡Sálvame, Señor!».   Jesús le tiende la mano y le hace notar que como Moisés al golpear las roca, él dudó (cfr. Num 20, 12; Dt 1, 37). Moisés recibe como sanción el verse privado de entrar en la tierra prometida. Pedro en cambio se aferra a la mano del Redentor que lo libra de hundirse y seguirá navegando en la barca.

Un tercer cuadro nos coloca en la barca. Este pasaje es una adición propia de Mateo (cfr Marcos 6,52 y Juan 6,26) y nos sitúa en el contexto litúrgico de la comunidad que como iglesia reconoce que Jesús es quien le da la seguridad y serenidad.   El viento ha cesado y los apóstoles  han recuperado la serenidad; Jesús y Pedro están a bordo. De manera muy rápida nos presenta el clima de tranquilidad propio de una comunidad cristiana que celebra el culto y lo hace con la plena confianza que le transmite la presencia de Jesús. Según muchos autores, la postración de los apóstoles y la aclamación «Verdaderamente tú eres el hijo de Dios»,  pertenecen al culto de las primeras comunidades cristianas[2].

El texto ha sido discutido. La tradición cristiana interpreta el pasaje junto a la confesión de Pedro, antes Simón,  como piedra y la promesa de entregarle las llaves del Reino (cfr 16, 17-19) y la defensa de Jesús ante la sospecha de que sea evasor de impuestos (cfr. 17, 24-27) referido a la preeminencia de Pedro sobre los discípulos. La crítica histórica, con Loisy y Oscar Culmann,  expresa reparos y piensan que el relato más que un milagro histórico es más bien un relato simbólico para reafirmar algunas actitudes de la comunidad como la confianza en Dios y la centralidad de la persona de Jesús en la vida de la Iglesia.

Los Padres de la Iglesia entendieron de modo constante la imagen de la barca como referida a la Iglesia que atraviesa por aguas no siempre tranquilas y que experimenta aires y corrientes que no son siempre los del Espíritu de Dios. Están más allá de las polémicas sobre el primado de Pedro que llegan a afectar de manera notable la unidad de la Iglesia y de quienes confesamos a Jesús. Solo un testimonio en boca de San Jerónimo: «La fe ardía en el alma de Pedro, pero su fragilidad humana lo arrastraba al fondo del mar. Es abandonado por un momento a la tentación para que su fe se robustezca y para que entienda que ha sido salvado no solo por una súplica obvia, sino por el poder de su Señor»[3].

Otra intención presente se refiere al bautismo, administrado en la iglesia primitiva en edad adulta y en una corriente o instalación de agua abundante. El catecúmeno en el bautismo descendía al agua y el ministro o los acompañantes sostenían por un momento su cabeza dentro del agua hasta que daba signos de preocupación, considerando que el hombre viejo muere y entonces lo sostenían y ayudaban a salir del agua, revistiéndolo de la vestidura blanca e incorporándolo como nueva criatura a la Comunidad, a la Iglesia[4].


[1] Comentario de La Sagrada Biblia de América (2016), Luis Roballo, San Pablo, Bogotá.

[2] Pierre Bonnard, Evangelio según san Mateo (1983), Ediciones Cristiandad, Madrid, pp. 333-337

[3] San Jerónimo, Comentario a San Mateo, I, 14, 30

[4] Maximilian Zerwick, S.J. & Mary Grosvenor (2010). A Grammatical Analysis of the Greek New Testament. Gregorian & Biblical Press (GBP), Roma. Y BibleWorks 10, Software for Biblical Exegesis and Research, Norfolk, Virginia