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XXV Domingo del Tiempo Ordinario

Comentario dominical

19 de septiembre de 2021

Ciclo B: Mc. 9, 30 – 37

Por: P. Leiner de Jesús Castaño García, C.Ss.R.

La competencia entre los seres humanos es necesaria. Cuando las empresas compiten, generalmente los usuarios salimos ganando. El problema se plantea cuando la competencia es desleal y no sigue las orientaciones éticas o morales. Los seres humanos competimos por dinero, por puestos, por dominar a los demás, alimentando así nuestro EGO.

Miremos de cerca el Evangelio de este domingo y saquemos nuestras conclusiones.

“¿De qué discutían por el camino?” La pregunta de Jesús es capciosa, maliciosa, pues tenía una buena percepción de los sentimientos y actitudes de las personas y a sus discípulos los conocía bastante bien. Ellos venían discutiendo sobre el tema del poder, sobre los puestos o posesiones que algún día podrían tener con el Mesías político que tenían en sus cabezas.  Los discípulos callan, no responden por vergüenza o por no decirle de frente la inconformidad con sus enseñanzas relacionadas con su proyecto el cual tenía que pasar por la cruz, la tortura, la muerte y obviamente la resurrección. Jesús habla como el Mesías sufriente, más cercano al siervo de Jahveh que al Mesías descendiente de David y Salomón, épocas de mucha gloria para el pueblo de Israel. Jesús no desaprovecha ningún acontecimiento para mostrar su pensamiento y sentar las bases del Reino que Él viene a proponer: “Quien quiera ser el primero, deberá ser el último y el servidor de todos”. Él mismo lo hizo en el lavatorio de los pies cuando ratificó su humildad dejándoles una misión de servir a la humanidad desde abajo, desde las deficiencias y limitaciones humanas. Estas palabras caen muy bien en esta época pre-electoral y cuando, en cualquier institución civil, militar o religiosa, se programen elecciones y algunos, dejados llevar por el EGO, quieran mandar, dominar y explotar a los demás. La Iglesia siempre tendrá en estas palabras un derrotero muy claro para organizar su vida y la administración de sus recursos.

“Llama a los discípulos”. Si están en casa ¿por qué los llama? El verbo griego “phoneo” indica una voz más fuerte de lo normal. Esto quiere decir que Jesús está llamando a sus discípulos a su seguimiento, a tomar en serio su proyecto, su vida y su obra.

“Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. Aquí Jesús no se expresa con jeroglíficos, caricaturas o símbolos, habla claro y directo. Este sentido tan de frente no deja escapatoria a nadie. Los seres humanos tenemos la capacidad de evadir nuestros compromisos con la expresión “no entiendo”; mejor deberíamos decir: “no quiero entender” o “no me conviene entender”. Este mensaje de Jesús es continuación del Evangelio del domingo pasado: el Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho, morir y resucitar. Algo así les dijo a Santiago y Juan, los llamados “zebedeos” cuando querían los primeros puestos.

Nos pide Jesús hagamos una competencia, un desafío entre nosotros, nos quiere “peleando” no por los primeros puestos, por las “mieles del poder”, sino por el que sirva más, el que ocupe el último puesto. Algo así como un clero compitiendo por recibir del Obispo las parroquias más humildes y más pobres. Como dice Fray Marcos: “¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Solo cuando te des al otro crecerás en tu verdadero ser. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad tendrás”.

Acercando a un niño lo puso en medio…”

Recordemos que los niños en tiempos de Jesús eran excluidos de la vida social, no contaban. Jesús les da importancia, los acoge, los abraza y los pone como modelos. “Paidós” no debería entenderse como un recién nacido sino como una persona que ya puede desenvolverse atendiendo a los adultos en sus necesidades. Es lo que llamaríamos hoy un muchacho de mandados. Es posible que algún niño acompañara al grupo apostólico y le ayudara con algunos pequeños servicios como los que todas y todos hicimos de pequeños. Así las cosas, encontramos relación con el tema que desarrolla Jesús ante sus apóstoles.

Lo abrazó y les dijo: el que acoge a un niño como éste, me acoge a mí”. Jesús no pide compasión con el débil o tener buenos sentimientos hacia él. No, se trata de identificarse con él. Jesús y el niño forman una unidad.  Estar cerca de Jesús es comprometerse a ser como el “muchacho de los mandados”, el último entre el grupo, el insignificante, en otras palabras, el servidor de todos. Esto obviamente es un ataque al EGO de cualquier ser humano y más en concreto de quienes tienen o tenemos una responsabilidad en la comunidad.

“Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado”. Jesús fue profundamente humilde, hasta en llamar a sus apóstoles y discípulos a la humildad. Si nos identificamos con el niño, el servidor, el excluido, nos identificamos con Él. Pero ahí no termina todo. Jesús refiere todo al Padre. En el fondo nos estamos identificando con el Padre con su amor, misericordia, compasión y ternura. Este camino es sencillamente un programa de vida cristiana y sirve para este mundo y para el venidero: el cielo, el abrazo del Padre, el banquete eterno.

Actualidad del mensaje

A todas y todos nos gusta que nos sirvan, que nos rindan pleitesía, esto se aplica a las personas sencillas, también a quienes tienen el gobierno en la sociedad y en la Iglesia. El EGO del ser humano hace que cada quien se considere dios y no deje que Dios sea Dios en su vida, como lo dejó claro el mismo Jesús.

Podemos servir por interés, por conseguir un aumento, un puesto de mayor relevancia en la empresa, un reconocimiento que nos traiga bienestar y que nos vaya alejando cada vez más de los que están pobres, sufren y viven tristes.

Podemos servir al estilo de Jesús, diácono del Padre. Diaconía es servicio y eso lo dejó muy claro Jesús en el pasaje de hoy y de varios capítulos del Evangelio. El diácono en el Nuevo Testamento es el que sirve a la mesa, el que ayuda a los más necesitados. Este servicio hace libre a la persona que lo presta. Esta acción servicial libera a las personas haciéndolas más humanas. En la fe, el servicio es el objetivo, la finalidad de la vida. Ya lo dice Fray Marcos: “Tampoco sería evangélico el servicio que pretendiera una recompensa, sea para el más allá con mayor gloria, sea en el más acá con el agradecimiento y la valoración de los demás. Servir a los demás es un objetivo final, no un medio para crecer yo mismo ante Dios o ante los demás. El servir me acerca a mi plenitud humana, ese es mi verdadero premio”.

Se ha dicho en Colombia que nuestra vida será más feliz si nos empeñamos en “trabajar, trabajar y trabajar”. Con Jesús diremos mejor: seremos felices si nos empeñamos en “servir, servir y servir” desinteresadamente a los que sufren, a las personas de la periferia, a quienes no tienen las mismas oportunidades que nosotros.

En cuanto a los ministros de la Iglesia (Obispos, presbíteros y diáconos), consagradas y consagrados, laicos comprometidos, nos caen bien las palabras de Jorge Humberto Peláez: “La legislación de la Iglesia ha establecido unos procesos muy estrictos (llamados Informes) para seleccionar a los candidatos que desean ingresar a un Seminario, conceder la Ordenación Sacerdotal, ocupar cargos de responsabilidad y ser ordenado como Obispo. A pesar de estos controles, se filtran personas indeseables con historias de vida oscuras y con motivaciones que están muy lejos de la Buena Noticia del Señor resucitado. En múltiples ocasiones, el Papa Francisco ha exhortado a vivir de acuerdo con la sencillez del Evangelio; quiere que los pastores ‘tengamos olor a oveja’ ”.

El Espíritu Santo guíe a la Iglesia por los caminos de la humildad y del servicio al mundo de hoy, en fidelidad al Padre Dios.