XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Comentario social
3 de octubre de 2021
Ciclo B: Mc. 10, 2 – 16
Por: P. José Pablo Patiño Castillo, C.Ss.R.
Los fariseos le preguntan a Jesús sobre la interpretación de la legislación judía ante el matrimonio. En el libro del Deuteronomio, atribuido a Moisés, se concedía al hombre el derecho a declarar el divorcio o repudio de su mujer, por infidelidad, según algunos maestros, o por cualquier cosa molesta al marido, como dejar quemar la comida, según otros. La supremacía del varón fundado en la fuerza bruta amparado por la ley.
En nuestro mundo hoy, los Talibanes, recién posesionados de Afganistán, se disponen a imponer por ley la sumisión de las mujeres. Algo que como seguidores del Islam comparten, con más o menos rigor, con los mahometanos de otros países árabes. En el país, sin ser islámicos ni judíos, con ley o sin ley, pecamos ampliamente de machistas, con la complicidad evidente, hay que reconocerlo, de la mayoría de las mujeres.
Jesús, aludiendo a la condescendencia de Moisés, enseña que la voluntad de Dios ha de interpretarse de acuerdo a la realidad del momento, pero sin olvidar la orientación de Dios, que no cambia: la igualdad del hombre y de la mujer, y el amor, fundamento de toda unión matrimonial.
El Papa Francisco, como obispo de Roma y sucesor de Pedro, lo siente así; y así ha tratado de implementarlo, en la Comunidad de la Iglesia, por medio de los Sínodos, en oración y discernimiento del querer de Dios. Es decir. no simplemente por decretos, como quisieran alguno, dentro y fuera de la Iglesia.
Fruto de ese espacio de oración y reflexión, el obispo de Roma, luego de una reunión sinodal de hace unos años, ofreció a la Iglesia y al mundo un completo documento del amor cristiano en el matrimonio: la carta “Amoris laetitia” o la Alegría del amor. Demás está afirmar que si queremos seguir a Jesucristo, hemos de asumir esta orientación del Papa sobre la vida del amor familiar como camino de humanismo y de vida cristiana, como el mejor instrumento de lectura, estudio y oración en reuniones y encuentros de familias y de grupos.
Jesús, y la Iglesia en su nombre, insiste en la fidelidad a la alianza de amor. San Pablo recordará en su carta a los de Éfeso, 5, 25- 33, que el amor del esposo a su esposa es signo del amor de Dios a la humanidad y de Cristo por la Iglesia. Los esposos están llamados a reflejar y concretar en su hogar la alianza de Cristo y la Iglesia.
El matrimonio es un proyecto de amor que implica igualdad de derechos, dignidad y obligaciones, y excluye, por tanto, toda relación de dominio. Mientras haya amor, hay matrimonio y habrá corazón para soñar y para reconciliarse. Ante la violencia que ha sufrido y sigue sufriendo la mujer en los hogares y en la sociedad qué importante es que los cristianos nos demos cuenta del querer de Dios, mostrado en las Escrituras de modo que seamos testimonio del amor y la misericordia de Dios y seamos para los demás un ejemplo de humanidad en la familia.
Los Medios de comunicación, mejor de Información porque de comunicación tienen poco o nada, continuamente nos traen noticias de mujeres, incluso niñas, violadas, ofendidas, acosadas psicológica y físicamente. Las mujeres son las que llevan la peor parte, las que más sufren en los conflictos en las familias, las vecindades, y en la sociedad.Como un antídoto a esta dura realidad la reflexión del Papa Francisco nos ayude en el camino de trabajar por una familia según el querer de Dios y espacio de humanismo:
«Los esposos cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y para los restantes familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Dios los llama a engendrar y a cuidar. Por eso mismo, la familia «ha sido siempre el “hospital” más cercano». Curémonos, contengámonos y estimulémonos unos a otros, y vivámoslo como parte de nuestra espiritualidad familiar… El amor de Dios se expresa «a través de las palabras vivas y concretas con que el hombre y la mujer se declaran su amor conyugal». Así, los dos son entre sí reflejos del amor divino que consuela con la palabra, la mirada, la ayuda, la caricia, el abrazo. Por eso, «querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él, es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo» (A. L. 321)